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Cecilia Casado

A partir de los 50

La amiga que no me abandona

“La soledad es un premio, un auténtico premio para quienes hemos elegido su compañía. Ella no nos engaña ni nos defrauda. Además, tampoco es celosa porque cuando decidimos dejarla de lado un tiempo y dedicarnos a otras cosas no se enfada; cuando volvemos siempre está ahí, acogedora.”

Copié este texto de algún libro que estaba leyendo y que me impactó por su luminosa lucidez. Luego olvidé el nombre del libro y de la autora (era una escritora, de eso sí me acuerdo), quizás “La buena suerte” de Rosa Montero, no puedo asegurarlo, pero bien le cuadraría a ella esta sencilla sabiduría.

Ahora que ya he superado el lustro de vivir conmigo y con mi sombra de repente me entran las ganas de hacer un pequeño balance, por aquello del fin de año que se avecina.

La SOLEDAD –así con mayúsculas- ha sido siempre el monstruo bicéfalo, la Gorgona petrificadora, la Esfinge devoradora de cualquier espíritu. Desde el bíblico “no es bueno que el hombre esté solo” hasta los cínicos parámetros de la “sociedad líquida” de Bauman, se sigue enviando machaconamente el mensaje de que ESTAR SOLO es antisocial, deprimente y egoísta.

Se acepta la soledad sobrevenida por desgracias anunciadas: la viudedad, el descalabro laboral, la incompatibilidad de caracteres en un matrimonio. Llega la muerte –de una persona o un sentimiento- y el ser humano queda desvalido, a la intemperie, expuesto a vaivenes dolorosos, porque se ha depositado la integridad emocional en las manos del otro, del fallecido o de lo ausente, reconociendo de rodillas –casi siempre en la intimidad- que estamos faltos de gracia (desgraciados) porque nos hemos quedado solos.

Hoy en día y entre las gentes que miran mucha televisión, leen pocos libros y reflexionan lo justito, sigue arraigada la creencia de que la soledad es poco menos que una derrota que destroza al individuo, sobre todo a la mujer. Obviamente no pretendo tirarle piedrecitas con mi honda al Goliat que dicta normas y define situaciones; ya no pierdo tiempo en intentar convencer a nadie de nada, precisamente por puro convencimiento de la inutilidad de dicha tarea.

Lo que sí puedo hacer es hablar de lo mío, de mis vivencias y experiencias en los últimos años viviendo sola y contenta y equilibrada con la situación elegida. De la misma manera que decidí compartir mi vida –por dos veces con sendos señores firmando papeles ante la autoridad competente-, decisión que tomé con más ilusión que convencimiento, también tuve la libertad de elegir más adelante dedicar mis días a “cultivar mi huerto”, sabiendo como sé que nadie da lo que no tiene en ninguna situación.

No voy a hacer la lista de las ventajas de vivir sola ni de los inconvenientes –pocos, pero algunos hay- que acarrea tal situación. Lo que sí deseo compartir es que no es tan fiero el león como lo pintan, que el miedo a estar solo se entorpece con el miedo a SENTIRSE solo, que son dos cosas bien diferentes.

Hay quienes llegan a su casa y se estremecen con el silencio, les angustia que nadie salga a recibirles, les desequilibra el vacío. Los hay también –entre los que me encuentro- que suspiran satisfechos al recuperar la paz, la ausencia de ruido abrumador de la vida en la calle; la sensación inefable de sentirse bien con uno mismo y a salvo de la estridencia exterior.

El miedo a la soledad es uno de los miedos con los que se manipula a las personas; “no estés sola”, –me dice alguna bienintencionada amiga- “que podrías deprimirte”. Y yo le contesto que estoy feliz así, que tengo abrazos guardados en el corazón para una emergencia, que sigo viajando sumergiéndome en las historias de mis libros, que me nutro del bálsamo de la naturaleza, que la vida me la da respirar aire puro, sentirme yo misma por encima de todo, tranquila, en paz.

¡Qué alegría sentirse alegre por íntimos motivos que llenan el corazón y acarician el ánimo! ¿Qué evento, fiesta o divertimento te llenará por dentro tanto como la propia esencia que camina en paz, sin sobresaltos? ¡Qué gran placer sacarle placer a la vida desde el interior! Ya no te tengo miedo amiga soledad, porque eres cálida y amorosa como siempre supe que serías…

“La soledad es peligrosa, es adictiva. Una vez que te das cuenta de cuánta paz hay en ella, no quieres lidiar con la gente”. Carl Jung

Felices los felices.

LaAlquimista

**”Morning Sun” Edward Hopper  (1952)

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


diciembre 2023
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