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Cecilia Casado

A partir de los 50

Vegetarianos, veganos y otras hierbas

 

“La paradoja de Popper” postula que “es preciso ser tolerantes excepto con los intolerantes” porque si no la sociedad será destruida por estos últimos. Esto se me quedó grabado a fuego sobre todo porque la tengo que aplicar en mi día a día con excesiva frecuencia. (Por cierto que ya es también paradójico que le hayan dado el nombre del gran filósofo a las drogas que se inhalan, no le veo la relación)

El tema está claro. Que yo respeto a quien quiera comer sólo verduras y tal –que para mí es tan sólo una opción tres veces a la semana- o al que se pone hasta las cejas de carne animal –de la que prefiero huir siempre que puedo-; pero lo que me cuesta gestionar más es el hecho de que me tengo que adaptar al criterio ajeno mientras que el prójimo enarbola su sacrosanto derecho a ampararse tras el suyo.

Y me explico. En mi entorno hay gente vegana a tope. Que aman a los animales tanto que no soportan comer un trocito de queso hecho con la leche de una pobre vaca a la que ordeña una máquina. Pues vale. A mí me da igual, lo juro. O que hacen la tortilla de patatas con una cosa que se llama “huevo artificial”, -viene de fábrica, con su cáscara de imitación y todo-, y que es un sucedáneo de los huevos que ponen también las gallinas que corren por el corral persiguiendo granos de maíz. Pues muy bien, insisto. Nada que objetar…

Hasta que me invitan a comer a su casa y sólo puedo aportar al menú una botella de buen vino –que beben entusiasmados- porque no me da la imaginación ni la paciencia para encontrar en el mercado productos que pasen su estrictísimo “control de calidad”. Es entonces cuando he participado de una “experiencia religiosa” consistente en comer lasañas con pasta que no es pasta, pizzas con queso que no es queso, croquetas con bechamel hecha con “leche de soja” –lo que es IMPOSIBLE, porque la leche sólo la dan las mamíferas-. Y no sigo. ¡Hasta comen “nuggets” de pollo que no es pollo!

Como mi paladar está acostumbrado a otras texturas y sabores siempre salgo con la sensación de que no he disfrutado de la comida a pesar de que el estómago se me ha petado de carbohidratos de dudoso origen. Es impensable –y por eso no lo pienso- que me puedan ofrecer un trozo de pescado a la plancha puesto que eso es sacrilegio puro y duro. Así, que trago y tolero o me quedo sin visitar a esas personas.

Pero la gracia del chiste consiste en cuando me toca devolver la invitación…Ahí es el crujir y rechinar de dientes porque tengo que cocinar vegano/vegetariano porque si no, no vienen a mi casa y acabo poniendo una ensalada con nueces y unas berenjenas con champiñones. De postre, macedonia de frutas, que no me da para más la imaginación.

Y digo yo que si yo tengo tolerancia a lo suyo… ¿por qué los demás no tienen tolerancia a lo mío? ¿Dónde queda el famoso “donde fueres haz lo que vieres”? Pues ya sé yo dónde queda: en ningún sitio porque la intolerancia ajena me lleva a la intolerancia propia. Nos vemos en un bar a tomar un té y punto pelota. (Por cierto tienen que tomar suplementos minerales y alimenticios porque si no…anemia al canto)

Felices los felices.

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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