Vivir feliz incluso sin pareja | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

Vivir feliz incluso sin pareja

 

Hubo un tiempo en que el mayor problema de una niña española de familia burguesa de comienzos de los sesenta consistía en terminarse la merienda hojeando tebeos o vistiendo y desvistiendo muñecas porque la educación consistía en regalarle muñecos para que fuera “entrenándose” en su papel de madre y esposa futura. Mientras tanto, en la calle, sus hermanos pateaban balones de cuero.

Cuarenta años más tarde, henos aquí, cansados y pasados de peso, yendo a recoger a los nietos a la salida del colegio y sintiendo que la vida ha pasado por encima de nosotros –nos ha arrollado, más bien- y se ha instalado en esa rutina acomodaticia por la que transitan las personas mayores en su inmensa mayoría, los roles definidos manteniéndose en su lugar.

Sin embargo, gracias a “San” Francisco Fernández Ordoñez, ministro de Justicia de UCD (1980-1982) que propició la Ley del Divorcio, desde hace cuarenta años se instauró en España un nuevo estado civil –o “incivil”- que es el de divorciado. Esta situación ampara muchas ventajas y muchos inconvenientes –exactamente igual que el matrimonio-, pero uno de los más acuciantes es el de la soledad y cómo remediarla. Por eso, la mayoría de personas divorciadas, acceden otra vez -en un plazo de tiempo mayor o menor- al estatus de “emparejados sociales”. Por comodidad y miedo a la soledad y, en algunos casos notables, por amor también.

Pero quedan –quedamos- muchos divorciados, sobre todo muchas divorciadas, recalcitrantes, con el listón puesto bien alto que, junto con las personas solteras de toda la vida o viudas conforman un colectivo de “solitarios” que tienen que “buscarse la vida” de una u otra forma para sobrevivir en esta sociedad diseñada para vivir en pareja.

Para empezar, hay que luchar contra el “desclasamiento” que se arroja sobre ellos por parte de los que están en ese castillo asediado que es el matrimonio. Una mujer o un hombre de más de cincuenta años solo no cuadra bien entre los matrimonios de su entorno; ni por temas de conversación ni por visión de la vida en conjunto. Además… ¿impares en la mesa? Con el tiempo se deja de invitarle a los eventos de antaño y se espera que lo comprenda. Eso sí, si un día da el campanazo e informa de que vuelve a estar con alguien, rápidamente se le reincorpora al círculo social. Ya es apto otra vez, como si hubiera pasado una enfermedad contagiosa y acabado  la convalecencia.

¿Cómo sobrevivir sin pareja a partir de cierta edad? Casi siempre a base de autoestima bien alta e ideas claras. Es decir, yo soy estupenda o un tío legal a pesar de la vida que ya ha dejado sus huellas en el alma y en el cuerpo.

Y sobre todo por:

– No tener perro que te ladre. – Que nadie te monte una bronca por algo que hayas hecho o algo que hayas dejado de hacer. – Poder perdonarte los fallos que cometes y pensar que la siguiente vez lo harás mejor. – No tener más obligaciones que las que quieras asumir libremente. – Comer y cenar todos los días lo que te apetezca. – Poseer el mando a distancia sin discusión alguna. – Dar cabida en tu mente únicamente a las preocupaciones propias. – Dormir hasta la hora que quieras. – No tener familia política. – Disfrutar de la cama en horizontal y en diagonal. – Estar con gente sólo cuando se tienen ganas de verdad. – Ir cada año de vacaciones adonde quieres ir. O no ir. – Administrar el propio peculio sin interferencias.

Y así…hasta hacer una lista de tres folios.

Y cuando llega el frío invierno y la soledad se empeñe en encoger el alma y el cuerpo, ser precavido y tener las suficientes relaciones –familiares, amistosas o afectivas- para ir desparramándolas con prudencia sobre las propias necesidades anímicas o físicas.

Que no falte la amiga o el amigo para compartir cuitas; que siempre se tenga a mano quien  “purgue los radiadores” a cambio de una buena comida cocinada con cariño; que se mantenga el equilibrio entre lo que se necesita y lo que se está dispuesto a dar.

Que sepamos, de una vez por todas, que el auténtico amor es el que vive en nuestro interior y que nunca, pero nunca, nunca tiene que llegar desde fuera para completarnos, porque completos ya estamos.

Sabiendo estas pocas reglas básicas…doy fe de que se puede vivir felizmente aunque no se tenga pareja conocida o por conocer.

Felices los felices.

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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