La amistad, al igual que el amor, no se contempla ni se vive de la misma manera a una edad que a otra por mucho que haya quien se empeñe en considerar estos sentimientos como atemporales en su manifestación. Desde una perspectiva –la mía personal sujeta a un buen margen de error- en la que ya nos hemos comido la mayor parte de la tarta de la vida, sabemos a ciencia cierta que ni es oro todo lo que reluce ni podemos confiar a ciegas en nadie. Lo de poner la mano en el fuego no es más que una frase peliculera…
Así las cosas, por lo que me toca y me he ganado a pulso, no puedo alardear de tener ninguna amiga o amigo de esos de los “de toda la vida”. Las relaciones que me empeñaba en guardar de los tiempos del instituto han dado demasiadas vueltas, nos hemos distanciado o decepcionado y, a día de hoy, no van más allá de una ligera muestra de cariño que surge cuando nos reencontramos por azar.
He tenido más amistades grandes que grandes amores. Lo de mantener viva la llama del amor en la pareja me ha resultado muy difícil, al pebetero siempre le ha caído algún chaparrón insuperable. En la amistad mantengo alerta mi instinto natural, ese que te avisa en cuanto te presentan a alguien de que “apunta maneras” de esto o de lo otro. Cuantas veces he hecho caso omiso de esa “alerta” natural lo he pagado con creces. Y me refiero a esas personas que se acercan con halagos y arrumacos intelectuales diciéndote que eras lo más de lo más y que sería un honor poder compartir contigo una taza de café o una parte del camino. Como el rosario de la aurora terminan casi siempre ese tipo de relaciones. O por cansancio y hartazgo de ambas partes. Doy fe.
Después de no pocos fracasos en relaciones de amistad que prometían y luego no pudieron cumplir lo prometido y después de haber hecho una limpieza descomunal que me ha dejado muy cansada -pero tranquila-, comparto mi pequeña lista de conclusiones:
Así que honor y gloria a quien sea “muy amigo de sus amigos” y a quienes se sientan arropados por el cariño generoso y desinteresado de muchas personas que hacen que su vida sea un campo de flores en primavera.
También yo viví un tiempo en el que creía tener muchísimas amistades que, poco a poco, fueron desmenuzándose en confetis que el aburrimiento barrió, como un viento desapacible en una tarde de invierno.
Felices los felices.
LaAlquimista
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