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Cecilia Casado

A partir de los 50

Reprochando, que es gerundio

 

Reprochar es echarle en cara algo a alguien sin la presencia de abogado defensor. Y aclaro esto de entrada porque sigo teniendo alguna discusión cuando tengo que escuchar frases del tipo: “Yo no hago reproches, pero…“ y los puntos suspensivos son rellenados con una expectativa incumplida que está únicamente en la mente y el deseo de quien habla. Vamos, una recriminación en toda regla.

No solamente funciona el reproche como arma “de gatillo fácil” dentro de la pareja, porque es el territorio en el que se mueve como pez en el agua sino que también da saltos y brincos por todas las ramas del árbol genealógico. De hecho, son habituales los reproches entre amigos y en el ámbito laboral pueden llevar hasta rescisión de contrato añadida.

De reproches sé mucho; casi podría decir que soy una experta de tantos con los que he tenido que lidiar a lo largo de mi vida. Los vi en el hogar desde pequeña disfrazados de “chantajito emocional”, ya sabéis, ése: “haces tanto ruido que ahora ya no puedo quitarme el dolor de cabeza” o “cómo te vas a ir de vacaciones con lo malo que está el abuelo”, cosas así, absurdamente malignas pero que se te quedan grabadas a fuego.

Me han reprochado de todo en esta vida: desde no ser una “hija como Dios manda”, a no ser “una esposa conveniente” para terminar la trilogía reprochadora con el no avenirme a ser “una madre al uso”. Qué le voy a hacer, cada uno es como es y nunca he llevado bien el tema de que se empeñaran en cambiarme desde el tuétano hasta el corte del flequillo. Y como no me dejaba, pues me lo reprochaban; y como no sabía demasiado de la vida me sentía culpable; y como me sentía culpable aceptaba que se me “castigara” de alguna manera; y como me castigaban era infeliz. El círculo perfecto. ¡Qué listos ellos y qué tonta yo! Obviamente, yo también aprendí a usar ese arma torticera con los demás, que de lo que se mama se cría…

Cuando alguien le reconviene a otro por no hacer las cosas tal y como se espera de él, eso es un reproche. Cuando le echas en cara a una persona que no se está comportando contigo como tú querrías que lo hiciera, eso es un reproche. No vale disfrazarlo de eufemismo, en plan, “yo digo lo que pienso, no te reprocho nada, tan sólo te comunico mi sentir”. Ah. Bueno. Vale, pues qué bien. Menuda hipocresía.

Y si dices, espera, espera… “¿qué tienes tú que reprocharme a mí?, ¿con qué derecho?”. Entonces el gesto se tuerce porque a nadie le gusta que le dejen con el culo al aire y puede que hasta se rasguen las vestiduras con cara de “ofendiditos” jurando que, “por favor, los reproches son de gente miserable, yo no los hago jamás” y se quedan tan ufanos después de haber disparado un torpedo en tu línea de flotación.

Mis reproches son de manual y vulgares y corrientes. Reproché amargamente el fallido cumplimiento de ciertas promesas hechas ante un cura o un juez. Reproché que se me hubiera despojado de mis bienes terrenales haciéndome firmar por encima de una letra tan pequeña que no se podía leer. Reproché, en fin, que no me hubieran dado el amor que merecía cuando todavía no había hecho ni la primera comunión ni nada para dejar de merecérmelo. Lo reproché todo, vacié mi personal bolsa de basura y seguí caminando.

No sé por qué no hacen los demás lo mismo y vivimos en paz de una vez.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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