Un viaje tiene un antes y un después. Obviamente, también tiene un “durante” en el que se acumulan las vivencias, se amontonan las horas yendo de aquí para allá que, en muchas ocasiones, tan sólo por la noche, en el hotel, se repasan las fotos del día viéndolo todo en diferido, como si fuera una “moviola”.
Para evitar “distraerme” cuando estoy “in situ” y no tener que seguir con cara de fingido interés las explicaciones del guía de turno, me gusta llegar a destino con “los deberes hechos”. Es decir, que trato de impregnarme los meses anteriores de la cultura de ese lugar, estudio su historia, leo a sus buenos autores y veo películas de sus mejores directores. Me provoca mucho placer realizar “una aproximación” al país y a sus gentes, aunque todavía esté a miles de kilómetros de distancia.
Lo que no me agrada es echar mano de los “documentales de La2” y abrir mucho los ojos con paisajes extraordinarios o lugares exóticos. Prefiero no llenar mi retina de imágenes editadas por un camarógrafo; deseo ver con mis propios ojos y que la fuerza de los panoramas me regale la sorpresa y emoción del descubrimiento hecho en primera persona. Cosas mías, manías de viajera.
En cuanto el calendario marque primavera tengo billetes para viajar a Japón con un previo de veinticuatro horas en Roma que aprovecharé “religiosamente”. Va a ser un viaje corto (dos semanas escasas), -que es lo que ahora mismo está a mi alcance- así que lo vivenciaré lo más intensamente posible sin perder ripio de cada ocasión que se me presente.
Si comento este proyecto, todo aquel que ha viajado a Japón, me quiere “ayudar” dándome información “imprescindible” para que me mueva con soltura y no me pase nada malo. Así que me hablan de los hoteles en que han estado, las tiendas donde venden ropa de creadores únicos a precios asequibles, los restaurantes de moda, los museos más importantes… Me preavisan y preparan para los líos en los que me puedo meter si no voy ojo avizor: que si los taxistas no hablan inglés y te llevan al quinto pino, que no se te ocurra pagar cash, que ojo con lo que comes y más aún con lo que bebes. Que todo es muy grande y me voy a perder y que no conseguiré hablar con ningún japonés como no sea el personal del hotel. Y que no toque a nadie, que haga muchas reverencias y que diga “arigatou gozaimasu” con las manos enlazadas a la altura del vientre e inclinando la cabeza doscientas veces al día.
Yo a todo digo que sí, asintiendo como el perrillo cabezón aquél que se llevaba en la bandeja trasera del coche. Escucho con sonrisa “a la japonesa” todos los discursos sin interrumpir y luego doy las gracias y añado: “Pues a ver qué pasa porque soy un verso libre y siempre hago lo que me da la gana… Además, –añado- como viajo sola en compañía de otros si no aparezco a la hora del desayuno espero que alguien llame al 110 o al 119 (que allí el 112 no sirve para nada).
Creo que para cuando aterrice en Haneda (Tokio) ya seré capaz (o casi) de pasar el examen de primero de EGB sobre Japón. Su larguísima edad media, sus “eras”, su cultura ancestral y los grandes mitos que han conformado la idiosincrasia de sus gentes tantos siglos aisladas. El pasado, la historia de Japón está en los libros y es un placer leerlos. En cuanto al presente, es tristemente parecido al de aquí, pero con la ventaja de que nos llevan “muchas vueltas” de adelanto en ciertos temas aunque no fuera hasta 1880 que adoptaron (o lo intentaron al menos) los derechos occidentales. Y no todos, ya que sigue estando en vigor la pena de muerte y al emperador lo consideran un dios en la tierra.
No conozco a nadie que lleve un tiempo viviendo en Japón y pueda “chivarme” lo que puedo hacer o lo que no debo hacer bajo ningún concepto. Sí, ya sé que dar dos besos al saludar es considerado como la típica “falta de educación occidental”. Sí, ya sé que el ramen se sorbe haciendo mucho ruido (por lo menos me manejo con los palillos y hago ruido al comer desde mi viaje a Vietnam y Camboya).También sé que se conduce por la izquierda y los libros se leen –y se escriben- de atrás para adelante. Y que a los ancianos se les respeta y no se les confina en “guarderías de la tercera edad”. Y que el índice de suicidios es brutal, casi el doble que en el resto del mundo. Ellos sabrán el porqué.
Ni siquiera quiero ver demasiadas imágenes del Hanami o floración de los cerezos, ni extasiarme con la Sakura de las flores. Lo que quiero es sentarme bajo los árboles en flor, preparar el picnic y estar allí sintiendo. Prefiero que no me lo cuenten. Es mi viaje y por eso necesito preservar las emociones que quiero sentir en primera persona. A fin de cuentas, la vida es el viaje.
*Lo de hacer maletas y preparar documentación no tiene ningún truco. Y para la logística basta con saber delegar y que alguien compre los billetes y reserve los hoteles por ti…
Felices los felices.
LaAlquimista
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