Ha fallecido con 92 años, ajena al mundo, ingresada en una residencia geriátrica de Ontario (Canadá) donde arrastraba una severa demencia, en medio de la nada vital, esperando la nada eterna.
Qué amarga casualidad que le dieran el premio Nobel de Literatura en 2013 cuando ya estaba muy enferma –aunque envió una grabación con su discurso especial- y no pudo disfrutar de las mieles del reconocimiento universal. Qué amarga vida de una niña que creció en el duro ambiente de una granja familiar canadiense apartada de cualquier sueño, cuidando de su madre enferma, abandonando los estudios y empezando a tener hijos a los 21 años y deseando cambiar su pequeño mundo para hacerlo más grande en su corazón.

Fue una gran “cuentista”, la comparan hasta con Chèjov, y sus relatos han servido de camino iniciático a otras muchas escritoras que la tienen como referente. A mí me gusta su anécdota de que quiso cambiar el final de un cuento de Hans Christian Andersen “La sirenita” (que tantos creen que inventó la factoría Disney) dotándole de un final feliz y no del entristecido amargor de morir por amor.

Quizás ahora que ha fallecido, y se hablará de ella durante unos días al final de los telediarios y las bibliotecas públicas pondrán en lugar destacado sus libros cansados o manoseados, los buenos y sabios lectores sepan compartir con la siguiente generación lectora toda la esperanza y la luz por la vida que Alice Munro quiso regalar al mundo. La esperanza que a ella le fueron arrebatando y la luz que dio a la oscuridad de su infancia que, no es ni más ni menos que el mismo “cuento” que nos ha podido suceder a cualquiera.

No se ha enterado de que se iba…porque ya hace muchos años que estaba ausente. Goian bego, Alice.

Felices los felices.

LaAlquimista

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