He decidido dejar de gastar dinero en libros por capricho. O por el capricho impulsivo que me asalta al leer una reseña de la última publicación de una escritora o escritor que me gustan y salir a la calle a invertir en cultura parte de mi pensión.
Pero como ya van siendo muchas las decepciones y las rabietas porque no consigo demasiadas veces empatizar con lo escrito ni con la mente de quien lo ha escrito y he tenido que “descambiar” algún libro, he decidido pasarme “sine diae” al préstamo público de las bibliotecas.
Hago una lista de las novedades editoriales, incluyendo también aquellas que recomiendan los de Babelia o la Vanguardia, etc. o ensalzan otros escritores que aplauden la obra de sus compañeros/rivales de profesión, y me pongo en la cola a esperar. Según me va tocando el turno, me envían un sms y me acerco a la biblioteca pegando saltitos cual ardilla que ha visto un puñado de nueces. Es la única manera de saber si nos toman por tontos las grandes editoriales: leyendo (aunque sea las primeras 50 páginas) lo que publican para poder opinar con conocimiento de causa.
Como suelen ser libros recientes no están pringados de porquería ni tienen todavía las páginas dobladas como marca de lectura (yo colgaría de los pulgares un rato a quien comete ese desatino), se dejan leer con cierta fruición.
Y sin ansiedad, que es lo que me entra cuando me gasto el equivalente a un litro de aceite AOVE, unos salmonetes, y medio kg. de fresas en un libro que, pasadas cincuenta páginas, ya se me ha indigestado. O simplemente, no he conseguido tragarlo porque se me ha hecho “bola”.
Me digo que esto es una especie de “experimento lector” con el que no hago daño a nadie, sino que beneficio a mi bolsillo, protejo mi mente de tropelías pseudoliterarias y, cuando lo comparto, mando un “aviso a navegantes” con mucho fundamento porque, ojo al parche, que a la par que ayudo al prójimo (es mi forma de verlo) también colaboro un poquito a que “el sistema” nos tome el pelo otro poquito menos. Que no hay que olvidar que hay mucho presupuesto oficial para subvencionar la cultura.
Tuve la oportunidad de conocer a una persona a la que le pagaban (y le seguirán pagando, digo yo) por hacer reseñas de libros, presentarlos junto a la autora o el autor en bibliotecas o librerías y publicitarlos en sus RRSS. Cuando le pregunté si realmente le daba tiempo a leerse cuatro o cinco libros a la semana para después comentarlos me informó de que así no funcionaban las cosas, que hay quien lee el libro (un negro lector), hace la crítica y se la pasa al “crítico oficial”. “¡Es que sería imposible de otra manera con tanto como se publica y se necesita vender!” Ahí ya se me hinchó el trigémino para los restos…
Y los libros buenos, que los hay por espuertas, los difundiremos –y los compraremos- mediante el “boca a oreja”, que funciona tan bien o mejor que los anuncios pagados y las críticas retribuídas con mamandurrias.
Felices los felices.
LaAlquimista
Te invito a visitar mi página en Facebook.
https://www.facebook.com/apartirdelos50/
Por si alguien desea contactar:
apartirdeloscincuenta@gmail.com