Vaya por delante que me interesa todo lo que tenga que ver con la “res pública” que es patrimonio de todos, y que de rebote me importa quién y cómo se gestiona lo que también es mío. Pero no me llamo a engaño ni soy una ingenua que se acaba de caer del guindo. Sé lo listos que han sido algunos políticos y lo inteligentes que han demostrado ser otros y sospecho que esas dos cualidades raramente suelen darse en la misma persona.
Sé que casi todo es mentira y que a menudo nos intentan engañar y demasiadas veces lo consiguen. Tampoco se me despistan las siglas de los que mandan en el mundo aunque lo hagan de la manera más artera e hipócrita jamás imaginada.
La política la he intentado entender desde lo que tiene de manipulación y engaño, utilizando las diversas herramientas que un estado –de derecho o del revés- tiene a su alcance para conseguir unos objetivos que, ya lo sabemos, es imposible que coincidan con la voluntad o el deseo de la totalidad de los ciudadanos.
Bueno, pues el caso es que ahora mismo estoy absolutamente ojiplática con la deriva que “la charca política” está tomando, no solamente en mi propio país sino en el mundo mundial, donde ya chapotean a sus anchas todo tipo de batracios y bichos más o menos repugnantes.
No tengo miedo porque la vida lleva implícito el temor y quiero seguir viviendo malgré tout… pero si mis padres y mis abuelos levantaran la cabeza en sus mohosas tumbas…ellos que fueron “derechones” a ultranza…igual se ponían a bailar y reir como el esqueleto de la película y dirían, levantando el dedo admonitorio: “Te lo dije”.
En mi juventud “ser de izquierdas” tenía un peligro y todos recordamos, desgraciadamente, cuál era. Ahora mismo, los de izquierdas no son ya ni valientes ni luchadores sino almas de cántaro a las que se les han hurtado demasiadas esperanzas en sus propias narices.
Vuelven a ser “rojos”, “satánicos” o simplemente “enemigos del estado”. Cruzo los dedos para que este maldito polvorín ideológico no salte por los aires y nos lleve a todos a “la nube”. Literalmente.
Y ya no queden ni felices ni posibilidad de serlo.
LaAlquimista
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