La vida es esa gran engatusadora en la que no deberíamos confiar. Nos engaña con sus cantos de sirena arrojando nuestra pequeña barca de ilusiones y afanes contra la rompiente asesina. La vida te ofrece promesas que sabe que no va a cumplir y siempre tiene excusas cuando lo prometido se despeña por el barranco de la desilusión; de hecho, tiene por costumbre decirte que la culpa ha sido tuya, que algo has hecho mal.
Nos incita, eso sí, a hacer una apuesta arriesgada aun sabiendo que hará trampas; no le damos ninguna pena. Quiere, necesita, que el requiebro sea constante, esconde las piezas que faltan, aviva las corrientes de aire, lo alborota todo cuando ya te has confiado.
Es un poco bipolar, la vida, porque a veces es también la amiga inmensa que tiende sus brazos acogedores para mitigar nuestra zozobra y secar nuestras lágrimas. De ella se puede esperar la entrega de un amante, el gozo de unos besos, la paz del descanso compartido. Y a veces nos lo da. Quién entiende la vida.
A ella le pedimos regalos como si fuera el genio de la lámpara: hijos, trabajo, que nos conserve la salud que nos empeñamos en maltratar, la visita de la luz, la ausencia del dolor. Y a veces nos lo da. Canta su canción dulce y melodiosa y ese instante efímero se torna eterno, sosiega el espíritu, adormece el corazón. Pero sólo a veces. Qué cosa es la vida.
La vida siempre nos da una de cal y otra de arena porque si no se aburre y sólo nos deja seguir jugando la partida mientras nos duren las fichas. Y el que no sepa hacer bien el truco no se va a divertir. La vida nos enseña la trampa, quién si no. Aunque a veces haya sorpresas. Pero sólo a veces.
Y felices los felices, malgré tout.
LaAlquimista
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