Si vas a un hotel y descubres colillas flotando en el wc, llamas a recepción como si hubieras encontrado un cadáver y haces aspavientos exagerados amenazando con hundirles en TripAdvisor. Pero si lo que has alquilado es un apartamento de planta baja con terraza y jardín a través de una plataforma con intermediario incluido, cualquier fallo o desajuste hay que negociarlo a través de whatsapp con una persona que está a mil cosas –a mil alquileres a la vez, quiero decir- y, claro, le molestas y se molesta y se crea una relación de tirantez difícil de gestionar.
Así las cosas, la base de los pinos que rodean la terraza y la gran buganvilla me la han dejado “sembrada” de colillas que –supongo- dejó el anterior e incívico inquilino y que el servicio de limpieza no vio o no se molestó en recoger. No dije nada para no empezar con las hostilidades consabidas.
Pero al día siguiente, al salir de la ducha, descubrí que faltaba el secador de pelo; lo reclamé y el “encargado” vino raudo y veloz con su coche, y para no perder tiempo, me hizo salir a la calle y me lo “entregó” por la ventanilla del copiloto, sin detener su marcha. Me recordó a una peli de dos tipos tontos que hacen tonterías para que la gente se ría. Bueno, pues yo me reí, envuelta en mi pareo de playa y con el pelo chorreando.
Pero esa misma tarde se cayó la cortina de mi dormitorio justo cuando yo pasaba por debajo en –tuve buenos reflejos a mi edad para levantar el brazo y que la barra me golpeara en esa parte del cuerpo y no en la cabeza según la ley de la gravedad-. Otro whatsapp al canto y como respuesta a ver “si no podía subirme a una silla y volverla a colocar”, a lo que contesté que “mejor vienes tú y te subes tú a la silla que yo no hago funambulismo si no me pagan”. También esta vez llegó raudo y veloz –en quince minutos- y con cara de estar empezando a cansarse de mí. (Y eso que no le había dicho nada de las puñeteras colillas, que amontoné en una esquina y todavía no me he animado a retirar porque me da un asco insuperable. Igual es porque no soy fumadora, yo qué sé).
También serán doce días los que estaré sin toldo ni sombrilla que atempere la fuerza solar en las mañanas/mediodías mediterráneos (orientación Este, Sureste), a pesar de la promesa de que “el toldero vendrá en cuanto pueda”, como si fuera lo del toldo un capricho de lady inglesa.
Me cansa protestar, me aburre reclamar, me crea malestar puesto que estoy acostumbrada a que todos hagamos las cosas lo mejor posible, con prontitud y, sobre todo, cumpliendo la palabra dada de plazos y compromisos.
Esta situación me pone frente a mí misma y a la aceptación de que la vida, mi vida, no tiene por qué ser ni perfecta ni como yo quiero que sea, a pesar de que haya pagado por adelantado lo que me han exigido.
Como también me como con patatas los inconvenientes que me provocan el comportamiento de otras personas con las que me tengo que relacionar: gobernantes que no cumplen lo prometido, familiares que se olvidan de mí hasta que necesitan algo. Amigos –entre comillas- que van a la suya y dejan “tirados como colillas” a quienes luego volverán a llamar cuando tengan algún favor que pedir.
En fin. La vida misma. Y los gremios, que nunca entenderé por qué siempre tienen excusas de mondondanga para no cumplir los plazos presupuestados.
He decidido disfrutar del fresco cuando no da el sol con mi taza de té y el desahogo de estas letras, que mandar un nuevo whatsapp cuando se me ha embalsado el plato de la ducha porque el filtro estaba lleno de: restos orgánicos humanos y minerales, léase, pelos—madre mía- y arena de la playa. A cambio la piscina está limpísima y el césped bien repasado y me dejan tener a la perrita Gaia con tal de que no corretee por las zonas comunes.
Nobody is perfect y la (santa) paciencia no hace arrugas ni provoca hernias.
Felices los felices.
LaAlquimista
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