“EGOISMO” “Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás.”

Parece mentira que a mi provecta edad siga dándole vueltas a este constructo judeo-cristiano-alienador que nos metieron en vena a las mujeres que nacimos cuando Doña Elena Francis triunfaba en los medios y se necesitaba la firma del marido para abrir una cuenta corriente. Que nos decían que teníamos que ser generosas a ultranza, que lo del egoísmo era algo muy feo y… predio indiscutible del varón de la especie.

Como he sido alumna atolondrada de casi cualquier materia que se me ha puesto por delante, este tema también lo he gestionado con más pena que gloria; es decir, me ha costado mucho aprender a separar el grano de la paja, que en este caso quiere decir no confundir egoísmo con autoestima que es la que está escondida detrás del telón.

Curiosamente, hoy en día, sigo topándome con especímenes humanos que llevan el egoísmo por bandera o como si fuera un blasón o incluso un escudo defensor contra las agresiones de la sociedad en general y de su entorno en particular.

Conozco a muchos hombres egoístas –muchos más que mujeres en proporción vergonzante-, hombres educados por mujeres que les enseñaron a ser “principitos” de niños y “monarcas absolutistas” de mayores. Un hombre de mi edad –por señalar y definir- puede seguir teniendo como ejemplo poco agraciado el de su propio padre, que será un señor que no sabe freir un huevo y que se hace servir por “su señora”, si es que ésta no se ha largado con las amigas a Benidorm o a la gloria eterna a descansar, por fin.

Son gente de mi quinta, más o menos, que tan sólo piensan en sí mismos, en lo que les conviene después de haber calculado cuidadosamente las posibles “pérdidas y ganancias” del asunto. Hombres –ya lo siento señalar con el dedo- que son capaces de hacer oídos sordos a peticiones de solidaridad o de ayuda porque “van a su bola” y “todo se la sopla”.
Ni mueven un dedo por “la casa común” –el grupo, la familia, los vecinos o los amigos-, ni sienten que tengan obligación alguna de hacerlo. Si se ven contra las cuerdas reaccionan con mal humor y a regañadientes, pero no lo hacen por amor, ni cariño, ni tan siquiera supuesta amabilidad. Les mueve el “quedar bien” o evitar conflictos cuando no hay más remedio, pero poco más.

La RAE lo define a la perfección: “Egoísmo. Inmoderado y excesivo amor a sí mismo, que hace atender desmedidamente al propio interés, sin cuidarse del de los demás.” Todavía quedan unos cuantos cientos de miles por ahí, aquí mismo, en nuestro entorno familiar o relacional, dando manotazos contra todo y contra todos (contra gente de la cultura, de la política y de cualquier orden que ellos mismos sean incapaces de alcanzar).

Son los “egoístas de toda la vida”, –ellas no se salvan todas, pero las mujeres con las que me relaciono son sin excepción generosas, a ver si algo se me pega- casi todos hombres entre los cincuenta y sesenta y pico que han mamado el machismo convencional y cultural del siglo pasado y siguen aburriendo a propios y extraños con su discurso trasnochado.

Ya sé que soy un poco radical, será la edad que en vez de ponerme la piel fina me endurece el cerebro, pero cuento mi experiencia, escribo sobre lo que veo alrededor y lamento muchísimo no estar equivocada en este tema. (Ahora pongo lo de: “salvo honrosas excepciones” que no conozco y me encantaría conocer)

Felices los felices, malgré tout.

LaAlquimista
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