Ha vuelto a llover otra vez. Me alegro por esta región que tan necesitada estaba de agua, me alegra cuando los demás obtienen los mismos privilegios que yo tengo como la cosa más natural del mundo. Me alegro por los turistas que disfrutarán de esta tierra sin agobiarse por calores insanos que tantos y tantos dicen que no provienen de la manaza del hombre sino que es cosa normal y tal que se deshielen los polos o se agrieten todavía más los desiertos.
El caso es que los paraguas son baratos y no hay sudadera sin capucha aunque la perrita Gaia haga caso omiso de la lluvia ya que –mal de unos, regocijo de otros- estando la playa desierta, le permite (le permito) solazarse en la arena, revolcarse lo que le da la gana, correr como una loca (no la alcanzo ni metiendo el turbo) y volver a mi vera a la voz mágica que dice: “¡GAIA, T O M A!”. Ahí sabe que hay un “premio” y desanda lo andado a una increíble velocidad.
El mar está precioso, las nubes vienen y van a su antojo, ahora lluevo, ahora no lluevo y se expande la sensación de que de todo emana vida y fuerza. Y qué rico el cortadito de media mañana en una terracita con toldo, qué sensación de plenitud sin necesidad de estar llena de nada…
Me río yo sola repasando mi armario: lo más abrigado que tengo es una cazadora vaquera y un pantalón de chándal además del calzado de zapatillear por ahí. Ni un jersey o chaqueta de lana, ni un pantalón como está mandado, ni siquiera una camisa de manga larga para hacer frente a los quince grados ambientales…¡Si es que soy una feliciana!
He ido a comprar una buena ración de escudella catalana porque de verdad que el cuerpo pide algo “de cuchara” bien calentito. A la noche habrá que inventar una buena sopa o un puré aunque sea de tetrabrik. Y sacar una manta del armario…o invitar a alguien a que duerma conmigo. (Me temo que ya tengo una voluntaria de cuatro patas jajaja)
Por cierto, el amigo que iba a venir a pasar el día conmigo me ha pospuesto la cita “porque viene lluvia”…Mañana igual lo que me faltan son las ganas.
Pues eso. Sin quejarse se vive mejor. Y felices los felices.
LaAlquimista
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