Todos los años me pilla el soslticio de verano en Catalunya. O para ser estrictos con la efeméride, la víspera de San Joan la paso entre hogueras, petardos y fuegos artificiales. Es una fiesta popular –en su parte popular- o elitista para los que se dan ínfulas de grandeza catalanista. Es decir; que unos van a la playa con los trastos de “domingueros” y otros se visten con pingos de marca para brindar al calor de los flashes.
Suelo ir donde me llevan siempre que haya cariño de por medio y este año, en contra de la soledad que preveía, mi querida amiga catalana R.M. me invitó a compartir con ella esta noche mágica.
Lo primero que hicimos –para que la fiesta fuera redonda- fue ir a comer un “menú marinero” a mi restaurante favorito: pescaditos y mariscos a la brasa y con unas verduritas frescas para disimular. Después, propiciar la digestión de tan fastuoso condumio con un buen descanso y a la puesta del sol, vestirnos con nuestras mejores galas “traperas” y, provistas de sillas de playa, mesita auxiliar para las copas de cristal y los dulces y la neverita del Lidl para llevar casi al punto de congelación un cava brut nature de la tierra, llegarnos a la playa y abrazadas por pinos centenarios, asistir a la ceremonia ancestral de bailar alrededor de una hoguera (figuradamente) y quitarnos de encima –del corazón mayormente- algunas penas como telarañas.
Una multitud se afanaba, en la arena o bajo los árboles, en comer, beber y meter bulla como si todos estuvieran felices. O contentos, que no es poco. Familias enteras, collas (cuadrillas) de amigos, alguna parejita que había huido del aglutinamiento familiar.
Nosotras también estábamos felices y contentas. No cenamos porque ya habíamos comido suficiente al mediodía, pero “nos tomamos el postre” con varias horas de retraso. Picoteamos dulces varios, la coca tradicional y terminamos con un chocolate negro alemán con almendras enteras que ríete tú de los de Malkorra de Elizondo.
Parloteamos y también hablamos de cosas serias. Brindamos celebrando nuestra amistad, que ya cuenta tres años. Nos acercamos a la hoguera más cercana a quemar una “carta” que traíamos escrita de casa en plan “ceremonia conceptual” de echar al fuego aquello que necesitamos se convierta en pavesas para que el viento se lleve en forma de ceniza ese dolor o decepción que no hemos conseguido quitar ni con agua caliente. El fuego, elemento primitivo y purificador, ayer jugaba en el equipo de los humanos y no en su contra.
Hoy ya es otro día igual que el de ayer, pero ¡qué bonita la noche que acabamos abrazando un árbol mientras la luna nos vigilaba detrás de las nubes!
Felices las felices. Mi amiga R.M. y yo y todas las “brujas” de buena voluntad.
LaAlquimista
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