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Cecilia Casado

A partir de los 50

Mi placer de todos los meses


Ayer fui a la pelu. Me gusta que mi estilista catalana me cuide la melena con sus manos suaves. No soporto –y por eso he cambiado de peluquería tantas veces en Donosti- que me laven el cabello torturando mi cuero cabelludo, frotando como si me aplicaran un “nanas” a lo bestia, dándome tirones y dejándome las cervicales como si estuviera en un potro de tortura en vez de en un supuestamente cómodo sillón de peluquería.

Me gusta cuidarme mientras todavía puedo (me refiero a pagar el precio) y, sobre todo, es la cita mensual en que más a gusto me miro en el espejo, bien cuidada y con los deberes de la autoestima física bien hechos. No soy coqueta ni presumida, -o por lo menos no demasiado- pero a mí no me vas a pillar desarreglada ni cuando salgo a las siete de la mañana a pasear al perro, cuando me toca perro.

Al hospital, cuando fui de paseo en noviembre pasado para que me “arreglaran los bajos” –eufemismo automovilístico para quitarle hierro a la histerectomía que me practicaron- tan sólo me llevé el cepillo del pelo y el pintalabios. Con eso está dicho todo y mis hijas ya lo saben; cuando llegue el momento al “horno” que me metan a la temperatura máxima pero con “los morros bien pintados”. Dentro de muchos años a ser posible pero que no se olviden.
Vuelvo a la peluquería.

¿Por qué hay tantas mujeres –y no digamos ya hombres- que consideran una especie de fastidio tener que ir a ponerse guapas, o mejor dicho, a verse guapas? Porque nadie me va a convencer que los espejos engañan, con ellos no hay ni mentiras piadosas ni posverdad, ni gaitas; muestran lo que eres, y si no quieres mirar y ver es cobardía personal. ¿Qué piensa la gente que va con el pelo sucio por la vida? ¿O con greñas mal cortadas o barbas que emulan al abuelo de Heidi?

Creo sinceramente que también les debemos un respeto a los demás cuidando nuestro aspecto personal y que este respeto debería ser recíproco. Porque, no nos engañemos, la gente es bastante “zikiña” (sucia) en este país nuestro (y no digamos en algunos europeos) de los que nos rodean. Una cosa es el cuidado y mimo personal y otra bien distinta la higiene cotidiana. Y lo digo bien claro y bien alto, ya que nací en una generación donde “lo normal” era la ducha semanal y poco más. Ahí hemos mejorado muchísimo a pesar de que haya quien defienda que “es malo para la piel” ducharse cada día. Lo que es malo es oler feo y tener pintas pringosas.

No sé quién vaticinó que el único negocio que nunca quebraría sería el del “salón de belleza”. Aunque no podamos tomarnos un aperol spritz por lo menos que vayamos limpios y repeinaditos.

Para ser felices los felices…

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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