Acabo de volver a casa después del madrugón para acudir a una clínica en la punta del monte a hacerme una analítica que decidirá si puedo seguir viajando a la “Ribera del Duero” y a “Guijuelo”. Pero no voy a hablar de mis goteras…aunque en realidad, sí.
Resulta que como soy convencida usuaria del transporte público –en vez de coger mi coche y llegar en un pispás a destino-, he recorrido los trescientos metros que me separan de la parada del bus necesaria. Cuando me faltaban los últimos cincuenta he visto que llegaba el mamotreto doble que va a los hospitales y he echado a correr para no perderlo.
Influenciada por las Olimpiadas he metido el turbo a tope y…¡madre mía, qué poco fuste tienen mis piernas! Por más que me he esforzado, no he conseguido realizar más que un trotecillo birrioso –o risible si alguien me estaba observando- y he llegado a la parada en pleno esfuerzo cardiovascular… para encontrarme con que el conductor me ha dado con la puerta en las narices y ha arrancado el motor del bus sin darme ni cuartelillo ni tener piedad de una pobre “señora mayor” al borde del colapso respiratorio.
Pues eso; que ¡menos mal que no me perseguía un perro rabioso…!
(Ya no paso la I.T.V. ni llevándole un jamón al perito, como he visto hacer en otros tiempos)
Felices los felices y la próxima vez iré en mi propio coche y que le den a la contaminación.
LaAlquimista
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