Lo veo todos los días y me lo cuentan hasta en el ascensor: “esta vida es un sinvivir”, me dicen aquí y allá. Personas adultas mayores que están hasta el gorro de no poder descansar porque ahora “toca” cuidar de nietos alborotadores, echar una mano a los hijos o desvivirse por padres ancianos que están “más para allá” que otra cosa. Ambas ramas del árbol genealógico se comen la energía necesaria para estar equilibrado, impiden descansar y, sobre todo, generan un runrún de continuo descontento.
A todos los veo muy cansados, demasiado. Me cuentan cuitas dolorosas o, desde el silencio, observo el gesto desanimado que no pueden disimular. Enfermedades, molestias de todo tipo, problemas cotidianos: la vida, dicen.
Yo me limito a escuchar y me ahorro ese anodino: “si necesitas algo, ya sabes”, que tiene poco peso emocional y no siempre se dice de corazón.
Me pregunto por qué casi nadie dice que está feliz, por qué la queja es como un nubarrón que lo cubre todo y no deja pasar el sol.
En fin. Pensamientos de un día cualquiera antes de desayunar.
Felices los felices, malgré tout.
LaAlquimista
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