Hace un par de meses, comiendo algo que precisaba de la trituradora que los humanos tenemos en la boca, salió despedido un proyectil que rápidamente identifiqué como un trozo de empaste dental. ¡Vaya, ya empezamos! –pensé calculando rápidamente lo que me iba a costar la broma-. Llamé al dentista y me dijo que …a ver…mmm… espera que mire bien…puedo atenderte el día 15 (lo que hacía tres semanas de espera). Como sé que hay cosas que es mejor aceptarlas y no hacerse mala sangre, apunté la cita y me tiré los siguientes veintiún días masticando con el lado contrario y procurando no meterme a la boca nada frío, nada caliente, nada duro y nada excesivamente grande.
La odisea ha comenzado y la voy a relatar, así que hago spoiler y el que quiera seguir leyendo que sepa el rollo patatero que le voy a endilgar. (Es puro desahogo para no tener que tomarme un ansiolítico o dos tabletas de chocolate negro con trozos de naranja.)
El caso es que allí estaba yo el día indicado y entre musiquitas y ambientadores me sacaron una radiografía para “valorar los daños”. En cinco minutos me diagnosticaron la avería y me pusieron en la mano el presupuesto. Que la muela no se puede salvar, que la quitarán, que lo dejarán todo limpito para luego poner un implante y que la radiografía son 20€ a pagar en mano.
A los quince minutos ya estaba yo en el bar de enfrente tomándome un cortado y abriendo los ojos como platos: 223€ por la extracción de una muela! Que para más recochineo no podría ser hasta pasados UN MES desde la fecha, que no son cosas urgentes, que tienen mucho trabajo difícil por delante.
Así que llamo al ambulatorio, y me dan hora con el odontólogo para esa misma semana, me prescribe una radiografía de esas que te sacan hasta los pendientes –plazo dos días más- y hoy mismo he pasado por consulta para extraerme la muela recuperando mis inversiones de impuestos en la Seguridad Social. En total quince días de espera menos que en el sistema privado.
Hasta aquí no tiene ninguna gracia lo que estoy contando, que el thriller bucal empieza cuando voy a mi cita y me hacen firmar un papel en el que exonero de toda responsabilidad al médico y a la enfermera en caso de que se me dispare el corazón con la anestesia, me dé un revolcón la adrenalina que me produzca un infarto o se me caiga el pelo de golpe por alguna alergia.
Soy una mujer tranquila con un alto umbral de resistencia al dolor físico. Eso lo sé porque he parido un par de veces y me he divorciado otras dos; sé de qué hablo.
Pero a pesar de andar hurgándome con la “rotaflex” durante un buen rato, el médico ha decidido que él no seguía, que había una infección, que ellos no quieren producir dolor al paciente, así que, adiós muy buenas y que me tome una ración de antibióticos y que vuelva en otras tres semanas a ver si las bacterias se mueren y puede proceder –otra vez- al intento de sacar esa muela partida por la mitad, con un agujero negro “king size” y sin hacerme daño y dejándome lista para el turrón de Alicante y las patas de las nécoras.
De momento 0€ de gasto y el dolor padecido por lo menos no me ha llegado al bolsillo.
Hoy no es mi día de suerte…¿o sí?
Felices los felices.
LaAlquimista
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