En realidad debería haber escrito “me” pasan cosas raras, pero supongo que eso sería la realidad subjetiva –o como se le diga ahora a lo que depende de tantos prismas para reflejar la verdad-. El caso es que todo lo que ocurre en el mundo me afecta. Bueno, quiero decir “todo” de lo que me entero y matizando en que esa información puede ser verdadera, falsa o torticeramente manipulada por quien la difunde.
Así que ando revuelta por dentro y no me refiero a las tripas sino a ese binomio compuesto por neuronas y sistema límbico que es difícil saber cómo funciona, pero que maneja el timón en nuestro día a día para “ordenar” cómo debemos sentir, cómo debemos actuar e incluso cómo debemos pensar.
Lo que me afecta realmente es el exceso de información/desinformación, un atragantamiento con el circo político, una desgana existencial ante los desmanes de los milmillonarios/descerebrados que mandan cohetes al espacio a la vez que defecan encima del resto de la humanidad, no sé, todo eso que se cuenta tendenciosamente en las noticias según quién esté detrás del noticiero.
Me pasan cosas raras, como que me levanto y me acuesto intentando espantar durante esas horas los malos augurios, las conversaciones agresivas y las tonterías sin fin en las que a veces nos refugiamos para no tener que sufrir la contemplación degradante del mundo que nos rodea.
Me dan ganas, no sé, de irme a la punta de un monte, pero no lo puedo hacer todo el rato porque vivo aquí, en la ciudad, en este país, en este mundo y aislarme –ya no somos nada sin cobertura- me conduciría a un ostracismo rayano en el disturbio mental. Así que me aguanto –como todo quisque- e intento adaptarme lo menos posible a tanto dislate, porque como decía Krishnamurti: “No es sano adaptarse a una sociedad enferma”.
En fin. Cuánto cuesta vivir a veces.
Felices los felices.
LaAlquimista
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