Una cuadrilla de amigos es un grupo que se junta por presunta afinidad de gustos. Es decir, porque van todos al mismo gimnasio o a cantar en un coro o ya ni se acuerdan de por qué empezaron un día a verse una vez al mes.
Las cuadrillas –que tendrán otro nombre según el origen- tienen como fin pasárselo bien a ser posible delante de una mesa. Comer y beber, charlar de cosas intrascendentes y lo que se tercie para cumplir con la costumbre o tradición.
Intimidades, pocas –sobre todo si son de hombres-, reflexiones, las menos –que el alcohol no las propicia- y los problemas se dejan en casa justo en el momento de salir. No son ni bienvenidos ni compartidos.
Yo también formo parte de alguna cuadrilla y todos y todas vamos vestidos de nuestra propia individualidad. Se habla con el que se sienta al lado o enfrente y al resto de la mesa ni agua. Se escucha lo mínimo a quien habla procurando que se nos escuche a nosotros sin tener que levantar la voz. Da igual el tema; siempre hay alguien que sabe más que tú del libro que acabas de leer, de la película que viste ayer o del viaje a la Alcarria que hiciste el mes pasado. Y no discutas, que se lía.
Si la mesa es para doce, hay doce sillas ocupadas por doce individualidades diferentes –y casi siempre encontradas-. Y si es para seis da lo mismo. Cada uno tiene su discurso y ha venido a “hablar de su libro”.
Cómo adoro el “petit comité” o el “tête à tête”. Estos franceses saben relacionarse mejor que nosotros: sin tanto griterío, con menos “cuñaos” y más “savoir faire”. En fin.
Que felices los felices juntos y revueltos.
LaAlquimista
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