Odio las despedidas, desde siempre, porque son ese estado de ánimo en el que siento que dejo atrás una pequeña pérdida, la pena del corazón que se separa de lo amado, el paso adelante hacia otra vida –aunque sea la misma de siempre-. Será porque no me gusta decir adiós, porque acumulo pérdidas a mi provecta edad, porque si me voy yo tengo la esperanza de volver, pero si se van los otros me quedo con la angustia de si volverán.
Total: que ni quiero que me deseen buen viaje ni me den consejos para moverme por el proceloso mundo aeronáutico, que todos saben más que yo y me hacen quedar en silencio.
Les dejo las llaves de mi txoko a mis vecinos con el ruego de que rieguen las plantas y me conserven la buena energía de mi casa y poco más. Que no tendré wifi, ni datos, ni contestaré llamadas ni las haré. Que ya diré algo. Que si me pasa algo malo, qué más da a estas alturas de la vida…
Para compensar AMO los reencuentros, que me vengan a esperar al aeropuerto dando brincos de alegría, que me digan que mis abrazos han sido añorados, que la alfombra es roja-vip-aterciopelada. Es como si me deconstruyera en mi estrecho asiento de avión –y eso que viajo en vuelo regular- y tuviera que recomponer todas mis piececitas cuando paso la aduana y los perros huelen mi equipaje –jamonazo al vacío con permisos europeos- y mi “maletronko” sale de los primeros en la cinta a pesar del inevitable transbordo y ya huelo otro aire, cálido, afrutado en su siempre bienvenida tropical.
Y el jetlag me da lo mismo, quiero incorporarme a esa nueva vida lo antes posible –o sin solución de continuidad que dicen los pedantes-, y me dejo llevar a un patio ajardinado a desayunar la fruta mexicana, los huevos mexicanos, todo servido con la parsimonia mexicana que ya casi la tenía olvidada después de tres años de no pisar esta tierra que no es de mis ancestros sino de mis descendientes.
Me he ahorrado los mensajes de “bon voyage” y ahora quisiera soslayar cariñosamente los de: “A disfrutar” porque vengo a vivir, que no es lo mismo pero es igual.
Felices los felices.
LaAlquimista
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