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Cecilia Casado

A partir de los 50

El camino y el destino

Ya sé que está acendrada en la mente social que lo que importa no es el destino final sino el viaje, que la verdadera riqueza de la vida es la experiencia de sentir intensamente cada paso que damos sin importar demasiado la cumbre que se pretende alcanzar. Todo eso me lo sé de memoria pero me asaltan las dudas y me roban las certezas cuando hablamos de… la comida que dan las aerolíneas en los viajes larguísimos y que todos ingerimos con cara mitad de resignación, mitad de asco, en vez de sacar de la bolsa que nos dejan meter debajo del asiento delantero un buen bocata de tortilla de patatas o de jamón ibérico.

Porque no queremos dar la nota o que la azafata nos mire como si fuéramos unos cazurros sin glamour alguno, elegimos como reo que espera el indulto entre “pollo o pasta” y levantamos con resignación la cubierta de ardiente papel de aluminio que alberga un trozo de pechuga ultra congelada pasada por la turbina del avión o unos macarrones correosos con fecha de caducidad de unas cuatro semanas y media. Le hacemos la ola al quesito y a la porción de mantequilla que maridan con el bollito de miga seca, a la vez que intentamos trinchar con el tenedor de plástico el trozo de pepino, la aceituna y los dos tomatitos con textura de plástico que conforman la hipominiensalada del día. De postre, yogur. O en el peor de los casos un trozo de algo que recuerda vagamente al un bizcochito industrial color cacao. Para beber, medio vaso de plástico de líquido vertido desde una botella de litro y medio. Y no pidas más que te ponen mala cara.

Esta agonía que acabo de describir tiene su “tempo” sádico según los protocolos horarios que todas las compañías aéreas siguen a rajatabla para los viajes de más de ocho horas de duración. Es decir: que si el avión despega a las doce de la noche, y el pasaje está ya arrullado por el bramido de los reactores en una semi oscuridad de útero materno, a las dos menos cuarto de la madrugada se encienden las luces de la discoteca gastronómica y las camareras somnolientas empujan un carrito metálico humeante para darte el rancho nocturno como si estuvieran salvándole la vida en el desierto al viajero con el norte perdido y la boca llena de arena.

Podría soportarse tamaño dislate si no fuera porque al cabo de tres horas exactas, vuelven a repetir el tercer grado pseudo alimenticio poniéndote delante unos huevos revueltos hechos con polvo amarillo comestible, una pasta industrial rebozada en azúcar pringoso y otra media tacita de té o café.

Obviamente, ya ni duermes ni descansas porque el estómago está trabajando a marchas forzadas para digerir tamaño sinsentido y cuando empiezas a dar cabezadas de nuevo hay que prepararse para el aterrizaje que entre pitos y flautas demora una hora más hasta que todos nos ponemos de pie a la vez en el estrecho pasillo del avión como si nos fuera la vida en ello; igual es que sentimos que haciendo cola de pie el reloj pasa más rápido.

Lo dicho: el viaje puede ser una experiencia nefasta –excepto si tienes millas aéreas para volar en clase superior o alguien paga el triplicado precio del billete de clase turista.

Hay viajes que son un asco, que no aportan nada bueno más que cansancio, cabreo y/o malestar porque también puede ocurrir la fatalidad que tu asiento esté junto a los lavabos y tengas que aguantar –es horrible, doy fe- el ruido del “flush” de la cisterna que parece la explosión de una granada de mano o que tu compañero o compañera de asiento “desborde” su humanidad hacia tu persona y te aprisione –todavía más- en el sucinto espacio que has pagado a precio de doblón para irte a la otra parte del mundo en busca de la felicidad o de cualquier otra expectativa.

Lo dicho: déjale a Ulises/Odiseo que siga contando su viaje hacia Ítaca…

Felices los felices.

LaAlquimista

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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