Mérida –capital de Yucatán- es el equivalente a la Écija española; es decir, la sartén donde se cuecen las quesadillas y las personas. Estamos a once de febrero, pleno invierno en el hemisferio norte, pero la proximidad del Trópico de Cáncer regala a esta península una temperatura relativamente amable en invierno e infernal el resto del año.
Hay que vivir aquí para entenderlo, el calor, la humedad, los mares circundantes, convierten esta tierra en un “microclima” muy particular. Como soy de lluvia y fresco me cuesta muchísimo entrar en el avión con el plumífero puesto y pasar el control de policía al bajar en camiseta de tirantes.
Todo esto para explicar que las caminatas cotidianas o son a las seis de la mañana –de noche- o a las seis de la tarde- de noche otra vez.
Esas doce horas van a ser lo que tú quieras: un espacio congelado bajo el aire acondicionado o una “sudadera” atómica a pleno sol con mucha crema antisolar, sombrero protector y paraguas/sombrilla para que no se te derritan las meninges. Literal.
Las gentes salen a trabajar porque no les queda otro remedio y supongo que se ríen de los “gringos o gallegos” que se achicharran en el piso de arriba del bus turístico, pero como yo he venido a lo que he venido me quedo a la fresca de los árboles del patio/jardín hasta el mediodía, hora mortal en la que ya solo puedes sobrevivir a la fresca de ventiladores o artilugios eléctricos.
Al atardecer, superados los 35º y con más pena que gloria, me lanzo a pasear como Dios me da a entender: sorteando coches que van como locos, jugándome la jubilación en los pasos de cebra –que están de adorno- y mirando dónde pongo las zapatillas de caminar no me vaya a hacer un esguince por ir a pie como un bicho raro por las calles por las que lo normal es ir en coche. Aquí no se sale a pasear ni a “dar una vuelta”, pero la cabra tira al monte y mis diez mil pasos diarios son sagrados.
Que pase lo que tenga que pasar. El premio es salir a cenar a cualquiera de los muchos lugares preciosos ubicados entre palmeras, vegetación exuberante y mosquitos gordos y bien cebados. Menos mal que hay cerveza fresca y mezcal vigorizante…
Felices los felices.
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