Ciudad turística, amada por norteamericanos y canadienses. Una perla que se asfixia de calor, pero que vive tranquila, bastante lejos de la narcoviolencia que sigue asolando parte del país.
Sus iglesias y palacios son aparentes por fuera y algo cutres por dentro, la ley de la conservación no siempre es seguida fielmente. Cada foto es una historia… que puedo contar o queda a la libre imaginación del lector.
La Plaza Grande es el centro neurálgico de la ciudad donde no se acercan para nada los habitantes de los barrios del Norte, esos llamados “Casta Divina” que manejan automóviles de lujo y viven en su propio “gueto” exclusivo de villas ajardinadas y grandes centros comerciales. (Hay un único ZARA y es considerada tienda exclusiva).
Pero en la Plaza Grande y sus aledaños es por donde discurre la savia y la vida de esta ciudad. Nada de buscar una terracita de hotel para “gallegos o gringos” donde tomar una cerveza o una copa de vino; mucho mejor comprar un agua de chaya o una horchata de arroz y sentarse donde ellos, en las bancas del parque, en un “tú y yo”, y pegar la hebra y dejar que te pregunten como gente curiosa e interesada. Me ven rubia así que deciden que soy gringa y se asombran de lo bien que hablo el español… Y yo no rompo el encanto, porque para qué.
No saben apenas de España más allá de que es algo así como “la madre invasora y conquistadora”; nada reprochan, pero nada agradecen. Hasta la Virgen de Guadalupe dicen que es “suya”.
Me sorprende un apellido: Mayagoitia.
Por lo demás, la vida sigue, todos somos iguales aquí o allá, con miserias y fulgores. Ateridos de frío o espeluznados por un calor que no da tregua ni de día ni de noche. Todos tenemos los mismos problemas, idénticos afanes, penas e ilusiones.
Y felices los felices.
LaAlquimista
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