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Cecilia Casado

A partir de los 50

Arduo trabajo es volver a casa

Me contaba una amiga que ella y su pareja, cuando regresaban de un largo viaje, deshacían maletas, ponían lavadoras, corrían al súper a llenar el frigorífico, quitaban el polvo acumulado y, después de otra jornada –además de las del viaje- agotadora, se derrumbaban en el sofá, exhaustos pero contentos y felices de volver a tener todo dispuesto para recuperar su vida en el punto mismo en el que la dejaron al partir días o semanas atrás. Tengo dudas de si les alabo el gusto o les juzgo y condeno por hacerlo así, ya que me siento incapaz –incapaz física y psicológicamente- de volver a la casilla de salida como si mi vida fuera “el día de la marmota”.

Lo primero que hago al traspasar la puerta de mi hogar –calentito y bien cuidado por mis amigos vecinos- es agradecer al universo haber podido recorrer miles de kilómetros por tierra, mar y aire con bien, sin incidentes ni mayores problemas y con cuota cero de dolor.

Lo segundo, es saludar una por una mis habitaciones; hola, cocina luminosa que me das de comer, hola, dormitorio acogedor que amparas mi sueño, hola, cuarto de baño que recompones mis turbulencias; hola al sofá de la sala donde me esperan mis amigos los libros, la música, las películas y las voces que guardan la buena energía que necesito. Miro mi pequeño “estudio” lleno de cuadros de colores, el balcón que cuelga sobre la ciudad, la mar al fondo, el cielo aquí mismo. Respiro árboles y siento que el silencio se instala en mi interior aunque se resquebraje por fuera.

Ya tengo todas las piezas de mi puzle personal. Con las vivencias prendidas en el corazón y las reservas del congelador tengo para varios días de adecuación al entorno. No hay prisa, nadie me espera, nadie me reclama.

Mis amigos ya saben que me cuesta aterrizar, que necesito como mínimo una semana para volver a engancharme al carro social porque me tomo mi tiempo para guardar las reflexiones obligatorias sobre el viaje en su lugar exacto, para que no se me escape ninguna de las lecciones aprendidas que desde luego no están en las fotos del teléfono móvil.

Es otro trabajo el que siento que debo hacer; mucho más importante que poner lavadoras y cocinar lentejas. Es el “jetlag” emocional el que requiere toda mi entrega y atención.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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