Hay gente que se empeña en no ser feliz; o lo que es lo mismo, dedica energía y tiempo en convertirse en infelices a toda costa.
He conocido a muchos humanos de esta guisa a lo largo de mi ya provecta edad. Desde los que han seguido fumando después de haber construido ladrillo a ladrillo el muro insalvable del enfisema pulmonar, hasta quienes se burlan de su propia diabetes brindando con buen vino y rematando las cuchipandas con pasteles.
Eso sin contar –porque son legión- los que se acuestan cada noche maldiciendo al mundo en general y a sus seres cercanos en particular y se levantan cada mañana cabreadísimos porque se les viene encima otro día lleno de pequeñas miserias insoslayables. Estos son los peores: los que se visten de quejas y se desnudan de valentía.
Me hace sentir bien pensar que “el peor ejemplo es el mejor ejemplo”, como avisos contundentes para esquivar los errores ajenos y, cómo no, dedicarme a perfeccionar los míos propios, que no son cosa baladí.
Digamos que es una especie de consuelo –aunque un poco fatuo- ver tanta gente empedernidamente infeliz por la calle o por la vida ya que practico y valoro la pequeña alegría de observar y sentirme feliz en grupos de cinco segundos. Por lo menos un par de ellos al día. Casi nada…
Felices los felices.
LaAlquimista
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