Soy de mucho hablar con desconocidos. Sobre todo me gusta encarrilar a los despistados que pululan por mi ciudad. A veces soy yo misma la que ofrezco ayuda a quienes veo con el móvil del revés intentando orientarse, pero otras me preguntan directamente –debo tener cara de guía turística-.
Situación: “marco incomparable”, léase barandilla de la bahía de La Concha, en San Sebastián-Donostia. Mi pueblo. Dos señoras mayores (mayores que yo) miran al mar, me miran a mí y me abordan: -“Perdón, una pregunta, “¿es esta la playa de La Concha?”
Reprimo la carcajada y me limito a alucinar con más o menos colores, pero entro rauda a por uvas para que me cuenten su desdicha. Son de la Comunidad de Madrid –no de la capital- y vienen a conocer el País Vasco con el programa oficial del Imserso. El autocar oficial les ha desembarcado en la estación de autobuses a las 11 de la mañana y les han dado tres horas de “tiempo libre” para visitar la ciudad. Sin guía. Sin anestesia. Sin consideración alguna. (Total, por lo que pagan…)
Les expliqué cuatro cositas y les acompañé a dar un pequeño paseo por el puerto; les hice un montón de fotos y las dejé en la puerta de uno de mis bares favoritos –el “Paco Bueno”-. Querían invitarme, pero me di por satisfecha con el abrazo que me regalaron como despedida. A las dos de la tarde el autobús les llevaba a comer a un sitio de menú “en un pueblo cercano”. Genial.
Y luego a Bilbao a ver “El Museo” por fuera porque les han dicho que lo bonito es el edificio y lo que hay dentro no vale tanto la pena… y tarde libre para pasear, que es gratis. Dormirán en un pueblo de nombre vasco y difícil del que no se acordaban. En fin. Sin más comentarios. La vida es bella.
Me fui a mi casa dando un paseo por la bahía y sintiéndome MUY afortunada.
Felices las felices.
LaAlquimista
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