La Semana Santa es arduo trajín de maletas y lavadoras para poner a punto todo lo que tenga manga corta y deje los pies al aire, ya que el personal va a ir buscando la playa y el sol o el sol y las montañas, pero siempre el sol.

Esta Semana Santa la voy a “santificar” como Dios manda –valga la tonta redundancia-, quedándome en mi “pueblo” y además, sola. Que se vayan todos –amigos y enemigos- bueno, no sé si tengo enemigos, supongo que no porque no me demandan por faltarles al “honor”; eso, que se vayan y dejen sitio libre para las riadas humanas que vendrán y que están en su derecho, faltaría más. Es simplemente un movimiento de fichas, una “reubicación”; los de aquí se van y los de allí vienen: equilibrio perfecto.

No me voy porque no quiero –como el que no es presidente porque tampoco quiere-, aunque la verdad es que estoy TAN cansada de estos últimos tres meses de menear maletas y pasaporte que nada deseo más que hacerme fuerte en mi “lugar ideal de descanso” haciendo eso que tan mal se nos da a las personas activas: “hacer nada y luego descansar.”

Me relamo de gusto pensando en todo el dinero que me voy a ahorrar –como diría Manuel Vilas, adorador de lo gratis-, y ya voy pensando en todo lo riquísimo que voy a cocinar en MI cocina, los libros que voy a leer en MI sofá, las películas que voy a ver en MI pantalla y los montones indecentes de horas que voy a pasar en la cama sin tener que madrugar para visitar NADA. Voy a poner en mi vida el cartel de “Completo” durante las fiestas oficiales… por una vez, que no creo que me reporte ningún perjuicio tener un poco de “paz” aquí aunque no me gane la “gloria” del más allá.

Lo dicho, pues. Idos todos y alejad de mí el cáliz de buscar compañía en amigas o amigos. Me quedo sola porque quiero…y porque todo el mundo se va.

Felices los felices.

LaAlquimista

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*Fotos y cuadro de la autora.