Bien sabido es -aunque no siempre reconocido- que casi todas las penas se reblandecen si se empapan en algo dulce.
Como el pan duro que usaba mi abuela para hacer torrijas -durante todo el año- y la leche calentada con rama de canela, azúcar y corteza de limón con la que bañaba, e incluso sumergía, las rebanadas de pan. Al cabo de las horas, bien empapadas y albardadas en huevo, morían en el sacrificio ardiente del aceite humeante.
Tuve un novio que me traía torrijas hechas por él mismo con más amor que maestría y de ahí aprendí…que donde la pasión termina siempre hay la forma de guardar un “dulce recuerdo”.
Y que para quitarse las penas en cualquier época del año hay que buscar algo dulce que nos acaricie el corazón…o el estómago.
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