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Cecilia Casado

A partir de los 50

Gente que NO responde al teléfono

 

He de confesar que siempre he sido de mucho llamar por teléfono, de buscar a la gente, de socializar para disfrutar compartiendo y de paso huir de la soledad inevitable que ataca el ánimo después de dos divorcios y algunos “novios a la fuga”. Sin olvidar que hijas y nietos viven lejos o lejísimos y las oportunidades hay que pillarlas al vuelo –y nunca mejor dicho- aunque sea a golpe de tarjeta de crédito. A mi hija mayor llevo trece años haciéndole el chiste de que no nos separan 9.000 kms. sino 1.500€, que es lo que cuesta el pasaje de avión a México lindo y querido.

Puestos en situación y teniendo en cuenta que no tengo al alcance de la mano ningún familiar con quien comer un domingo, celebrar un cumpleaños o simplemente salir a dar un paseo para ver el mar, tengo que apañarme con la agenda de contactos del móvil si no quiero convertirme en eremita a la fuerza.

Y ahí es donde estoy pinchando en hueso últimamente porque me tropiezo con una barrera invisible construida con cemento emocional que hace que haya demasiada gente que, simplemente, no contesta al teléfono; no porque me rechacen a mí como persona, no porque tengan algo en contra de Cecilia Casado, sino porque “no les gusta hablar por teléfono”. Ahí queda eso.

Pero ¿de dónde demonios ha salido esa paranoia, manía o TOC? ¡Si somos de la misma generación, de aquella en que nos tirábamos HORAS parloteando desde el teléfono fijo de casa de nuestros padres con amigas y novietes! ¡Cuántas veces habremos temblado al grito de: “¡Deja ya el teléfono que nos vas a arruinar”!, cuando se pagaba por minuto y según la distancia a la que estuviera el interlocutor.

Bueno, pues ahora que hay “llamadas ilimitadas”, que todo se paga desde el mismo saco a fin de mes junto con los datos para navegar por Internet, las plataformas de distribución digital de contenido multimedia y no sé qué más, resulta que debe ser “viejuno” hablar entre personas aunque sea como los locos, con el pinganillo puesto y gesticulando por la calle sin vergüenza ni pudor. Porque la paradoja es que la gente habla en público, pero no quiere hacerlo desde casa, donde utilizan la mensajería privada; será para que no les escuche la pareja, los padres, la familia, los vecinos o el Espíritu Santo.

Hasta las narices de hacer llamadas y de que no me las devuelvan sino que me envíen un mensajito –al día siguiente o cuando les pete-. Como si fueran mudos, además de asociales, como si fueran embajadores del emperador a los que no se puede molestar si no es pidiendo la venia y preguntando tímidamente: “¿te puedo llamar?”. ¡A la mierda, oiga!

Que me he tenido que tragar mensajes de whatsapp –no quería poner ese nombre porque estoy HARTA de ellos- de dos folios que parecen las epístolas de San Pablo a los corintios y audios de un cuarto de hora que, obviamente, desprecio olímpicamente porque me parecen pasivo-agresivos en su generalidad, con personas hablándole al microfonito como si dieran clases magistrales o contando su vida que nos importa una higa o –lo peor de todo- montando su particular desahogo en vez de ir a la consulta de un psiquiatra y que les den unas pastillas. Sí, ya sé que soy gruñona, pero alguien lo tiene que decir ¿no?

Pues eso, felices los felices y los que hablan en vez de teclear, más todavía.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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