Cada día, al abrir los ojos, doy las gracias. No sé a quién o a qué, pero musito con palabras el pensamiento agradecido. Incluso cuando he dormido mal, me duele la cabeza o me espera alguna tarea poco amable.
Como vivo sola y disfruto de todas las ventajas de esta situación –de las desventajas ya hablaremos otro día- no tengo que preparar más desayuno que el mío, a mi ritmo, a mi aire y, después, sin prisa alguna, me vuelvo a la cama con el portátil en una bandeja de esas que tienen patas para “sentir el día” y reflexionar un poquito –solo un poquito- en las cosas que me andan rondando por la cabeza, que siempre hay algún runrún por ahí.
Y lo escribo:en el blog “A partir de los 50″ o en mi muro personal de Facebook. Me lo quito de encima soltándolo en la pantalla del ordenador como el que abre la ventana de par en par para que se airee la habitación. Cuestión de menos de una hora, siempre sin prisas, sin apuros, tomándome el comienzo de la mañana con mucha calma porque no le encuentro sentido alguno a ir corriendo de un lado para otro cuando mi único “trabajo” es vivir lo más conscientemente posible y cuidarme la salud para que no se acabe “la película” antes de tiempo.
A veces alguien se siente identificado con mis reflexiones y compartimos conclusiones; otras, y no son pocas, me ponen los puntos sobre las íes si pego un patinazo existencial, un feliz quid pro quo de conocimiento. Pura terapia gratuita.
Sin más. Y sin menos.
Felices los felices.
LaAlquimista
*”Cenizas” Edvard Munch. 1895 Cenizas (Munch) – Wikipedia, la enciclopedia libre
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