Los jubilados somos como la paella valenciana: que todos creemos saber hacerla y a lo más que llegamos es a cocinar “arroz con cosas”; con esto de la jubilación no hago más que tropezarme con recetas mágicas, imprescindibles y únicas para triunfar en esta etapa de la vida antesala de la “incapacidad total, absoluta y definitiva”.
El caso es que como no cuido de mis nietos –más que nada porque están a nueve mil kilómetros de aquí-, no voy a clases de “gimnasia para mayores” -porque me espeluzna pegar saltitos en mallas-, ni participo en tertulias cafeteras de media mañana con las “fuerzas vivas” femeninas del barrio las jornadas me cunden lo que no está escrito.
También ocurre que he renunciado a buscar una “vida social alternativa” acudiendo a diversos “talleres” en los que “enseñan de todo”: desde desmenuzar la actualidad internacional, hasta aprender a “poemar” en endecasílabos, y atravieso con orejeras la amalgama de “prácticas indispensables para una tercera edad feliz” como artes marciales a cámara lenta, estiramientos –con o sin máquinas- para mejorar “in extremis” lo que los lustros han descangallado en el cuerpo, que si es de mujer y además ha parido, ya ni te cuento. Los hombres, ni están ni se les espera en estos saraos.
Resumiendo: que “no hago nada”, aunque sensu stricto, como dos negaciones seguidas significan una afirmación rotunda, me agarro a mi personal alegría de saber que “hago muchas cosas”.
Cuido mi cuerpo, cuido mi mente y le doy a mi espíritu todo aquello que –creo- puede serle beneficioso; es decir, como cosas ricas y casi siempre sanas, -exceptuando las cuchipandas con los amigos-, alimento el intelecto con mis especiales delicatesen: -buenas lecturas, buen cine, música celestial, exposiciones de arte y una pequeñísima inmersión en la pintura al óleo que me hace muy feliz, además de darle a la tecla del ordenador compartiendo “boutades” y reflexiones escribidoras.
En lo emocional ando como siempre: “kili-kolo” que no significa nada, pero que todos entendemos lo que quiero decir. O como la montaña suiza del monte Igeldo, que sube y baja pero sin dar miedo ni obligarte a proferir gritos.
¿Estoy contenta con mi vida de jubilada? Pues lunes, miércoles y viernes, sí; martes, jueves y sábados, bastante; y los domingos los odio a muerte, para qué me voy a engañar… Siempre he sido bastante inconformista, pero AHORA sé que no hay que condolerse por lo que creemos que nos falta sino agradecer todo lo que tenemos.
La familia y la salud bien, gracias.
Felices los felices.
LaAlquimista
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