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Cecilia Casado

A partir de los 50

Lo que puedo y no puedo hacer

 

 

Recuerdo a mi madre, insistente ella, cuando cumplimos los cuarenta yo y mi melena, escuchándole aburrida y fastidiada, su estúpida cantinela: “ya no tienes edad de llevar el pelo así, que tienes dos hijas”, porque ella todo lo argumentaba con sus argumentos incontestables.

Antes de esa edad también me dijo que no podía ir a estudiar fuera de mi ciudad porque a saber qué me pasaría o qué no haría yo, que no podía vivir en “concubinato” con mi pareja y que, o me casaba o la familia me volvería la espalda –lo cual consiguió por orden inverso-.

Y así, toda la vida hasta que se murió, fue fiel espejo de una sociedad que nos decía a las mujeres lo que podíamos y no podíamos hacer. Que nosotras acatáramos ese mandato ya era decisión de la “interfecta” y del grado de rebeldía que nos corriera por las venas. Ahora mismo, cuando ya puedo viajar con el Imserso y me hacen precio especial para entrar en los museos, todavía hay “reglas” que me intentan imponer amparándose quien las esgrime más en sus propios prejuicios que en lo que está escrito.

Sobre todo está el tema del coche y conducir horas para salvar los kilómetros que separan los dos mares que me dan la vida: el Cantábrico y el Mediterráneo. Que como me meto esas kilometradas yo sola, y si me pasa algo en la carretera y, cuando llego, allí en una casa donde nadie me espera –aparte de para darme las llaves-, sola y sin apaños por si ocurre algo…

Es evidente que quien así habla es porque está verbalizando sus propios miedos o escudándose en una falsa seguridad apuntalada de prejuicios. Son casi siempre mujeres y casi siempre emparejadas, de esas que no van ni a la esquina a comprar el pan si no es de la manita de alguien porque así se sienten protegidas. Libres, no sé, pero protegidas, seguro.

Aunque no sé si nos damos cuenta de que no hay “compañía de seguros” que te garantice que no tendrás un accidente, que no te atacará alguien con problemas, ni mucho menos que esa pareja –tan cuidadosamente elegida- vaya a estar ahí en el momento preciso para brindar la ayuda oportuna-.

Hace varias madrugadas tuve una erupción dérmica grave y gracias a que no tenía al lado a nadie que se empeñara en llevarme a Urgencias –el epítome de la antesala de los horrores- me busqué la vida yo solita por las farmacias de guardia del barrio a las dos de la mañana para procurarme el medicamento que necesitaba. Fin de la historia.

He cumplido un año más hace unos días y a fuerza de darle vueltas al asunto, he decidido que puedo hacer las mismas cosas que me gusta hacer sin sentir que “ya no tengo edad”. Cierto es que eso de ponerse límites y palos en las ruedas suele ser muchas veces algo que hacemos nosotros mismos por el puro miedo que da asomar la patita fuera de la famosa zona de confort. Allá cada quien con sus decisiones que no hay “Hoja de reclamaciones” en el chiringuito de la vida.

De momento, la revisión anual del coche ya está hecha –que no todos los conductores la hacen-, los bártulos preparados –lo de pintar, lo de leer, lo de escribir y lo de abrigarme-, y mi pequeña compañera mirándome con sus grandes ojos desde su trasportín de viaje.

Hoy todavía me encontraré con alguien que me echará en cara la suerte que tengo de “poder hacer lo que me da la gana”, y yo pensaré que la gente se mete en sus “líos” también porque les da la gana, pero no diré nada. Para qué.

Felices los felices.

LaAlquimista

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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