Después del viajecito que me pegué el lunes, a los pies del asiento del copiloto, encerrada en el trasportín de viaje, martilleando el ruido del motor en mis tímpanos y sin poder estirar ninguna de mis cuatro patitas más que diez minutos en el asfalto reblandecido de un área de servicio a la altura de Zaragoza, llegamos por fin al dichoso “otro mar” que esta mujer adora como si fuera un resort de lujo para perritos.
Hacía calor, muchísimo calor, de ese pegajoso que se me pega en mis rubias guedejas sin darme cuartelillo. Menos mal que estaba Jose para ayudar a descargar el equipaje, que esta mujer parece que se lleva la casa encima –bueno, dentro del coche- cada vez que se mueve. Que si los bártulos de pintar, el “recado de escribir electrónico”, media biblioteca, los arreos para la playa y la maleta con sus “outfits” mediterráneos –que no entiendo yo que no se pueda usar la misma ropa aquí que allá-, y ella refunfuñando por tener que cargar con mi cama –que yo no duermo en cualquier sitio-, el perro de peluche al que llaman “mi novio” porque hago virguerías con él, el trasportín, el bolso para meterme dentro cuando vamos a un restaurante, la mochilita donde voy tan ricamente si vamos de excursión. Y el bolsón con mi comida, los cuencos para beber y comer; las correas, el impermeable, mi neceser con cepillo, tijeritas, champú, toallitas húmedas perfumadas y los empapadores –que a veces uso cuando tardan mucho en sacarme a la calle por las mañanas-. Total, cinco bultos de nada, esta mujer se queja por quejarse…
Menos mal que se apañó rápido colocando las cosas en su sitio y nos fuimos a ver el mar, esa playa que adoro porque siempre tienes ricas algas olorosas del lado del espigón. Ayer, por fin, pude pegar brincos sin ataduras, que aunque había gente a nadie le molesta que una perrilla como yo se dé una vuelta por la orilla sin meterse con nadie. Sí, ya sé que está prohibido porque todavía es “temporada”, pero a mí me la rechifla, que la multa no la voy a pagar yo …
La casa es muy bonita, mucho más que la de Donostia, porque es un bajo con terraza y jardín y muchos árboles en los que puedo “levantar la patita” sin que nadie me pegue la bronca. ¡Estar al aire libre todo el día, no imagino mayor placer!; bueno, eso cuando no llueve que el agua no me gusta si no es para beberla, ni la de las nubes ni la del mar porque una vez en Berlín me caí en un lago y casi me ahogo del susto aunque la verdad es que tuve un instinto como de nadar y no me pasó nada porque enseguida me sacaron del agua.
En los chalets cercanos hay muchos perritos con los que mantengo conversaciones divertidísimas a cualquier hora del día; no nos conocemos “en perro” –no puedo decir “in person”- pero tienen muy buen rollo y me alegran el día. Aquí el tiempo tiene otra velocidad, como mucho más lenta, porque no hacemos nada… no hay que salir a pasear tres veces al día por obligación, lo que me viene genial porque es un horror tener que romper el descanso, que te pongan la correa y te lleven fuera de la comodidad del sueño para “hacer los deberes”, vaya eufemismo más tonto: ¿por qué no tenemos los perros un wc en casa como los humanos? Algo está mal diseñado y pensado, porque si vivimos en una casa…si nos subimos a los sofás y a la cama de ellos y a veces hasta nos dan comida de su plato…Creo que el que inventó lo de los “paseos perrunos” era alguien a quien no le gustábamos demasiado…mira tú los gatos qué bien se lo tienen montado.
Parece que mañana ya no va a llover así que podré disfrutar del solecito y las sombras que tanto me gustan. Estoy cansada y feliz de estar todo el día holgazaneando, así que voy a dejar de protestar por hoy. Esta mujer hace lo que puede conmigo desde hace casi dos meses, tampoco hay que exigirle demasiado que ya está un poquito mayor…
Gaia Lupita.
Y Felices los felices, como siempre dice “esta mujer”.