“Ya ha llegado Amanda, “mi” Amanda, y se me han olvidado rápidamente todas las semanas que hemos estado sin vernos porque tenía que hacer sus viajes para pintar esos murales enormes que ya le han dejado para siempre un “perfume” a pintura que identifico con ella. Cuando salió por la puerta de la estación, Cecilia me soltó la correa y yo corrí y corrí hacia “mi rubia humana”, caracoleé entre sus piernas, pegué saltos para que me cogiera en brazos y cuando lo hizo le di tantos besos –lametones- que le saqué el piercing diamantino de la nariz. Sentí algo duro, no sé si me lo tragué –ya saldrá- o saltó por los aires –perdido para siempre-, pero ella no se enfadó porque comprendió que había sido un accidente de amor perruno.
Con Amanda en la casa ya ha mejorado el ritmo. En un pispás hemos cambiado a la rutina que más me gusta que no es otra que dormir, dormir, dormir. Así que nos fuimos al cuarto de invitados a soñar juntas. Quienes compartan su vida con un perro comprenderán lo que se siente y los que no pues allá cuidados, ellos se lo pierden.
Estaba tan contenta que me he pasado todo el día ladrando, que es lo mismo que decir cantando o contando al universo mi contento. Los perros ladramos al igual que los humanos hablan y si molestamos ellos también deberían saber que molestan -y mucho- con sus voces y con sus gritos.
Ayer el cielo se llenó de aviones haciendo acrobacias festivaleras y un ruido infernal, como en las guerras de las películas. Yo temblaba sin comprender nada, pero los humanos miraban al cielo, lo enfocaban con sus aparatitos móviles y les faltaba aplaudir. No entendí muy bien dónde está la gracia en que unos aviones hagan acrobacias en plan de exhibición y otros arrojen bombas sobre seres humanos indefensos y los maten. Están MUY locos estos humanos.
A la tarde salimos las tres a pasear por la playa y fuimos hasta el pueblo –en coche, que mis patitas no dan para tantos kilómetros- a comer cosas ricas en las terracitas favoritas de Amanda y Cecilia. Me dieron algo –poco-, para calmarme la envidia, pero lo que más me gustó fue el perfume a salitre de las algas al borde del mar entre las que me revolqué haciendo la croqueta y fui feliz. Luego dicen que huelo mal… ¡qué sabrán los humanos de los deleites olfativos que tenemos los perrillos! Ellos necesitan perfumes artificiales y nosotros los encontramos en la naturaleza sin pagar por ello.
Amanda ha venido con una maleta llena de regalitos, pero casi todos eran para Cecilia –que es su madre humana-, pero yo sé que el mejor regalo va a ser cuando me lleve con ella de vuelta, en el tren –y no en el coche que odio- a casa. Será bueno volver a mi terreno, defender otra vez el territorio, jugar con el humano grande que también me hace muchas cosquillas con su bigote. Es exactamente lo mismo que pertenecer a un grupo, a una familia, ya que de la mía canina me separaron nada más nacer y nunca he vuelto a oler a mi madre ni a mis hermanitos de camada.
Es una vida perra la nuestra, sinceramente. Usan a nuestras madres como esclavas sexuales para preñarlas y hacer negocio vendiéndonos cuando somos cachorritos para que otros jueguen con nosotros hasta que se aburran. Igual que hacen los humanos con sus “vientres de alquiler” y compra/venta de bebés. Es lo que hay.
Doy gracias a los dioses perrunos de que me haya tocado una familia que me quiere mucho y me cuida responsablemente. No todos los seres –caninos o humanos- tienen esa suerte.”
Gaia Lupita.
LaAlquimista
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