El miércoles, parecía ser el día perfecto. Me desperté con el gallo del vecino, hice mis abluciones y, sin desayunar, cogí el coche para hacer honor a la frase “el miércoles, mercado” , pues mucho me gusta mezclarme con la gente variopinta y observar como se mezclan ellos entre sí.
Pero…ayer descargaron una docena de autobuses su cargamento procedente de Bélgica y todo era quitarse de las manos los anoraks de Nike, los jerseys de Armani y aguantar a los feriantes pegando gritos en el francés que hablan los gitanos que regentan este comercio de furgoneta. Así que me fui a desayunar a mi bar favorito Restaurant L’Espai Cambrils, donde “cocinan con amor para alimentar el alma” –menudo eslogan- y me tomé una “espigueta” de pan calentito con jamón ibérico recién cortadito por el módico precio de 3€. Después, para bajarlo, el “tallat” calentito con galletita por 1,50€, quedándome vista para sentencia hasta la tardía hora de comer.
Pero tengo que reconocer que acabé un poco hasta los mismísimos de tanta gente, algo inusitado en estas fechas, pero hablando con una señora de Bretaña –también había franceses a tutiplén- que me cedió una preciosa blusa de TopShop –porque le quedaba pequeña- me contó que “su hotel” estaba “bondé”, que quiere decir “abarrotao”, como la plaza de toros aquella. Vacaciones baratas del “Imserso francés”, que no existe como tal porque es una idea española y castiza, -quizás l’Assurance Retraite”- a pie de playa y en pensión completa de bollería industrial, congelados fritos o cocidos y mucho postre lácteo envasado.
El caso es que para cuando salí de allí y regresé a casa con la sana idea de ir a la playa estaba TAN cansada que decidí quedarme en el jardín y acometer mi tercer cuadrito al óleo. Con buena musiquita, entre el sol y la sombra y, sobre todo, respirando aire no contaminado de humanidad.
Soy capaz de cambiar mis planes sobre la marcha; ya tengo la edad suficiente como para haber reblandecido mis ideas, haciendo más flexibles mis propuestas. Curiosamente, debo pertenecer a una “camada especial” porque lo que veo alrededor es que con los años la gente se vuelve muchísimo más rígida, les salen orejeras, se aferran a sus “ideas de toda la vida”. Pues allá ellos, a mí me va mucho mejor siendo junco liviano que roble férreo, que ya sabemos lo que pasa cuando sopla el huracán.
Por la tarde, horas felices de lectura –ya voy por el tercer libro- con la única pelea de ahuyentar a los mosquitos que no pueden faltar en todo buen jardín que se precie. Y el largo paseo antes de la cena caprichosa.
Y, después, la cagué.
Como ya estoy sola y no tengo ni perra que me ladre ni hija que me dé palique decidí ver una película que se publicita como lo mejor de lo mejor y rompedora de todos los esquemas. Y, a pesar de que el Boyero ha dicho que le ha gustado muchísimo y es un peliculón –que siempre hago lo contrario de lo que dice en sus críticas-, me la ví. Me atrapó, pero no porque me sedujera sino porque me secuestró las neuronas, me activó la adrenalina del miedo, me tuvo en tensión terrible hasta llegar al punto que tuve que quitar la imagen para no ver lo que estaba ocurriendo. HO RRI BLE. DESESPERANTE. (Y va camino de que le den premios sin misericordia).
A las cuatro de la mañana me he despertado sobresaltada, angustiada y sudando como en la peor de las pesadillas. Aunque la culpa es mía y solo mía porque estaba avisada.
Hoy sí que me voy a caminar por la playa a que me dé el aire en movimiento y a meter la cabeza debajo del agua para “lavar” las imágenes terribles que se me han quedado incrustadas en la mente, como roña innecesaria.
Felices los felices y los prudentes, mucho más.
LaAlquimista
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