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Cecilia Casado

A partir de los 50

Elur falleció en otoño. “In memoriam”

** Última fotografía con Elur en mis brazos, Ya a la puerta del veterinario y la inyección letal. Murió en mis brazos.

Hoy hace seis años que tuve que sacrificar a mi perrillo Elur, un bichón maltés de cinco kilos, cariñoso, simpático, guapo y más listo que el hambre.

Lo maté porque era mío, como decía la canción, acogiéndome a esa LEY que discrimina a los animales racionales de los irracionales, muchas veces –demasiadas- cometiendo errores de gran envergadura.

La eutanasia animal está contemplada en el ordenamiento jurídico y es un profesional del gremio, un veterinario con licencia, quien se responsabiliza de autorizar y llevar a cabo la acción letal. Mi perrillo padecía ataques de epilepsia, producidos probablemente por un tumor cerebral que probablemente era lo que le descoordinaba la motricidad y que le convirtió en un enfermo crónico desde la edad de seis años, en su pleno momento vital, debiendo tomar medicación de manera continuada.

A consecuencia de ello me aconsejaron que no lo cruzara con ninguna hembra puesto que podría transmitir la enfermedad, pero que no lo esterilizara, que le dejara las cosas en su sitio porque si no tendría un trauma natural además de las patologías que ya arrastraba.

Así que Elur perseguía perritas, intentaba ligar y se ponía contento como se ponen contentos los perrillos de cinco kilos cuando les pica la testosterona. Murió sin conocer hembra –que yo sepa-. A mí me daba una mezcla de pena y de rabia no dejarle disfrutar de la vida, pero tuve que elegir entre dos males y elegí el que creí era menos agresivo para él.

Elur fue un perrillo que llegó a mi vida de rebote porque mi madre lo había comprado en un criadero con pedigrí para su uso y disfrute –en plan perro de peluche- hasta que se aburrió de él por lo mucho que ladraba, el trabajo que daba y me lo endilgó.

Fue algo sorpresivo que llegó en el momento oportuno al lugar adecuado ya que yo acababa de acceder a mi prejubilación y tenía tiempo para ocuparme de él.

Elur me enseñó muchas cosas, muchísimas; la más importante de todas a AMAR A LOS ANIMALES, cuestión que tenía más o menos aparcada en la trastienda por no haber vivido ni uno solo de mis años en contacto con ningún animal…supuestamente irracional. A los otros, a los de mi misma especie, sí que los conocía de sobra…y de sobra sabía las barbaridades que somos capaces de perpetrar. Pero los perros…fue toda una sorpresa que iluminó la parte en sombra de mi ser.

Hoy en día todavía me pregunto si no podría haber hecho más por él, no sé, haberle dejado dormir en mi cama o alimentado a base de jamón dulce y solomillo, haberle bañado con champú especial blanqueador o vestido con abriguitos caros en invierno; lo que veía y me enseñaban otras personas que tenían perros domésticos a los que trataban como hijos pequeños o juguetes andarines sin pilas.

Quiero decir con esto que, no conociendo el libro de instrucciones para tratar a una mascota doméstica, me dejé llevar por mi instinto natural y le dejaba que comiera o durmiera cuando más le apetecía sin fijarle horarios o normas. Tampoco le lavaba exhaustivamente las patas cada vez que entrábamos en casa , ni le obligaba a dar kilométricos paseos porque sí; él mandaba en su vida con buen o mal criterio, pero me parecía que bastante tenía ya el pobre con ser una “mascota” en vez de un “ser libre” como para encima “humanizarlo” con mis costumbres o manías.

Elur iba sucio muchas veces porque yo no me empeñaba en llevarlo como un pincel (era un perro); Elur correteaba libre por los jardines mientras yo me exponía a que me pusieran una multa (era un perro); Elur recibía lo que más le gustaba para ser feliz: un hueso para roerlo durante horas (se quedó sin dientes por la medicación), una mantita con su olor a mis pies para dormitar a placer sabiéndose seguro y querido. Mucho más de lo que muchos humanos llegan a tener en toda su vida.

Ahora hace seis años que no está y lo sigo extrañando, a mi perrillo guapo, a mi perrito bueno. Pero no hay ninguno como él, no tiene sustituto ni nunca lo tendrá, porque los animales, como los humanos, también son únicos y no hay amor que pueda llenar el hueco que quien nos ha querido ha dejado en nosotros. Por eso lo añoro, no nos engañemos, porque ME QUERÍA. Y cuánto…

Quizás algún día vuelva a adoptar un perro; no puedo saberlo. Pero lo que sí sé es que Elur es insustituible, al igual que cada ser vivo con quien compartimos un trecho de la vida no puede compararse con ningún otro porque cada uno ha estado ahí para enseñarnos una lección magistral… aunque fuera dolorosa.

(Hace cinco años que llegó a la familia GAIA, una preciosa chihuahua de pelo largo que pesa en canal menos de tres kilos. Mi hija pequeña es su “mami humana” y yo soy su “abuela” donostiarra. He pasado ya con ella muchas semanas, haciendo de canguro y…me enamoré. Pero ella vive en Valencia y ya se sabe que las distancias no calientan los amores.

En cualquier caso, todos necesitamos amor, cariño y calor. Aunque provenga de un animal…

Felices los felices.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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