Argentina, más caro que Londres, París y Japón.- Y no es un chiste y los argentinos lo saben, ya que la única manera de darle oxígeno a su economía es blandiendo la espada de la inflación y la del abuso económico a quien puede pagarlo.
Llevan dos temporadas pelados de turistas; vamos, que aquí ya no viene ni dios, excepto los románticos que quieren hacerse la foto en el glaciar más glamuroso del mundo luciendo el famoso peinado patagónico de un viento horrorosamente helador.
La parte buena para el turista, que se ha dejado el riñón de repuesto en el viaje, es que no hay aglomeraciones de ningún tipo.
He viajado a Argentina porque lo tenía pendiente en mi mapamundi mental y porque tengo que darme prisa antes de que se me acabe el tiempo teórico de acarrear maletas.
Dicen que todos los caminos llevan a Roma, pero no es cierto : todos los caminos llevan a Buenos Aires porque si quieres volar dentro del país hay que retroceder , subir o hacer escala en la capital para ir a casi cualquier sitio. Lo cual, teniendo en cuenta los retrasos y los cambios de vuelos inopinados, hace que el poco estoicismo que me quedaba, me ayude a soportar el desbarajuste.
Imaginad que estáis en Valencia y queréis volar a Málaga; pues nada, se coge un avión a Barcelona y luego otro de Barcelona a Málaga. ¿Que estás en Bilbao y quieres ir a Madrid? Pues lo mismo, vuelas hasta Barcelona, y luego de Barcelona a Madrid. ¿De locos, verdad? Pues eso es lo que pasa aquí… y como dicen los argentinos:” es lo que hay y si te gusta, bien y si no, pues también, bien”.
Es ciertamente curioso, que si pagas “cash” te hagan un 10 % de descuento y más curioso todavía que te pidan el 10 % de propina cuando en absoluto es obligatoria.
Como cada cual tiene sus baremos y el mío se mide en pintas de cerveza, apunto aquí que una caña grande cuesta siete euros. Una pizza ronda los 20 €, al igual que una ensalada; un plato de carne, algo más, y el pescado no sabe no contesta, porque aquí son carnívoros cuaternarios.
Al turista se le exprime -como está mandado y es uso y costumbre en todas partes-, pero es que también son exprimidos los autóctonos… y eso ya crea otro tipo de malestar.
Ayer fui a una tienda de souvenirs por gastar algo de dinero extra, tirándolo por ahí, pero los precios eran como en la sección VIP de “El Corte Inglés” de Goya.
Así que me fui a un mercado de artesanía y le compré un par de mates (el recipiente tallado hecho de una calabaza natural) al artesano que los hace con sus propias manos. Aproximadamente pagué tres veces menos y además el buen hombre -que llevaba bien calada una boina- me invitó a cenar a su casa, lo que me emocionó muchísimo a la vez me puso los pelos de punta; vamos, que le dije que no al buen señor amable, que me despidió con dos besos y diciéndome que había sido un placer conocerme, Ceci.
Me lo tomo todo a broma, porque más me vale tener manga ancha y mente abierta que al revés.
Ya estoy en la zona de los glaciares: El Calafate. Ayer vi los perros abandonados, hoy contemplo el famosísimo Perito Moreno.
Las fotos impactantes y sublimes. (Me toca cumplir con el momento Instagramer, malgré tout)
Felices los felices.
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