Las mismas cataratas vistas en panorámica perfecta.-
Pues resulta que otra vez nos hemos pegado el madrugón para cruzar la frontera entre Argentina y Brasil y llegar a Foz de Iguazú, lugar maravilloso desde el que se divisa la panorámica perfecta de todas las cataratas. 
Pero ay, tonta de mí, que me creo que me van a dar duros a cinco pesetas -como está estipulado-, pero me meten una parada en un helipuerto donde se ofrece al turista sobrevolar las cataratas durante 15 minutos escasos en un pájaro de hierro.
Y digo yo: ¿alguien da más?.
De verdad que no lo comprendo y lógicamente no lo comparto; no únicamente por el precio absurdo de que te extirpen sin anestesia casi 200 $, sino por lo innecesario del asunto. En helicóptero, en submarino o en cohete espacial: el caso es hacer algo que no hayan hecho los demás y luego contarlo. 
Yo les pregunté sobre la experiencia y me contestaron que de matrícula de honor y como yo no soy quién para quitarle la razón a quien asegura tenerla me quedo con la percepción íntima de esta maravilla de la naturaleza a ras de suelo.
Lo que aprendo es que para que otros se diviertan un rato he tenido que pegarme otro madrugón y esperar en la cafetería de una tienda de souvenirs a que terminara el remedo de “Apocalipsis now”.
Constato una vez más que se vive mejor sola que formando parte del rebaño, pero que aparte de la atisfacción de saber que una está haciendo lo que cree que tiene que hacer, lo que queda de cara a los demás, no es ni más ni menos que “rarezas” de perro verde.
Después de este prolegómeno, que duró casi hasta las 11:00 de la mañana para ALEGRIA del guía que se lleva su comisión, liquidados los trámites aduaneros entre Argentina y Brasil, por fin me incorporo al espectáculo de la naturaleza desatada en forma de agua de río despeñándose por varias fozes.
El guía quiere que la gente no se le despiste, pero yo me apunto la matrícula del autobús y allí estaré a la hora que me digan. Mientras tanto me agarro a la barandilla que protege la atalaya y me dejo extasiar.
Hay muchísima gente, y abunda la raza de pedorras y pedorros poniendo poses para Instagram. Si quiero una visita privada a las cataratas de Iguazú creo que se puede conseguir, pero solo por vía diplomática y no es el caso.

Así que me aguanto, me mojo y me dejo mojar sin usar el chubasquero de plástico chino que todos llevan en la mochila. No es poca cosa sentir la fuerza del agua despeñándose a pocos metros de la propia fragilidad.
Las fotos son nada profesionales, pero me da exactamente igual. Me negué a la típica instantánea con los brazos abiertos, abarcando el universo y algo de vanidad.
El viaje se va acabando con este majestuoso colofón.
Mejor no pensar en los dos vuelos y las más de 24 horas que me separan de mi zona de confort.
Es lo que tienen los viajes de retorno, que todo preferiríamos poder chasquear los dedos y tele-transportarnos a casa, en vez de andar arrastrando cansancio por aeropuertos sin alma.
Felices los felices y por favor que me toque pasillo en el avión. 
LaAlquimista
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