Te despiertas, zanganeas un poco porque ya sabes que no tiene ningún sentido saltar de la cama si no hay que fichar. Igual ni te acuerdas de lo que has soñado y parece como si no hubieras dormido o descansado. Algo de luz se filtra entre las láminas de la persiana –son incapaces de fabricar artilugios para la oscuridad total- y tienes que imaginar la hora que es porque el móvil duerme en la sala, bien lejos de ti que necesitas huir de esa radiación (o como se llame) nefasta.
Siempre me pregunto qué mueve a tantas personas a tener el teléfono encendido durante la noche, al alcance de la mano…por si acaso. ¿Por si acaso qué? En fin, que las desgracias bien pueden esperar al día siguiente, que quién hace nada de madrugada…
Cuando me toca cuidar a la chihuahua de mi hija pequeña –una pequeñísima, la otra, bien grande- el animalillo me marca el ritmo porque tiene sus rutinas. Desayunar lo primero de todo, hacer los deberes a continuación y luego…¡ seguir durmiendo todas las horas que pueda! Debería imitarle, no veo el conflicto.
Pero aquí no hay “ladrillo” -como yo digo- y la naturaleza me llama insistente; a veces en susurros, otras a gritos. Entonces quiero disfrutar, reincorporarme a la vida y me salto mis propias normas. No me ducho (todavía), desayuno en la terracita/jardín del bar del otro lado de la carretera, paseo al animalillo, lo dejo en casa, me voy a la playa, camino por la arena con la excusa de quemar el desayuno, me canso, me siento, me levanto, me baño, me vuelto a sentar, me cubro del sol, miro a la gente pasar, se me ocurre una historia divertida y la vivo unos minutos… Así hasta que vuelvo a sentir hambre y regreso al “apartamento de acogida” que pago religiosamente.
Y así todo el día, tranquilamente, con mis libros o mis pinceles, con la fresca del jardín o el calorcito de la terraza según marcan los relojes. Menos mal que me llama mi hija para recordarme que llega en el tren de la tarde y entonces vuelvo al mundo, ordeno, barro, recojo, me doy el último baño en la piscina y luego paso a la ducha caliente para ponerme la melena presentable. Empiezo a mirar el reloj, echo cuentas, reservo en nuestro restaurante favorito para cenar algo riquísimo y compartido, ya me ha entrado la prisa por vivir…porque siempre pasa algo, así que mejor no distraernos demasiado.
Felices los felices. Y llega el verano…
LaAlquimista
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