No nos engañemos. Que todo en esta vida tiene su precio y no siempre es en dinero contante y sonante. Dicho esto, a veces -quien menos me conoce- suelta perlas cultivadas del tipo: “jo, tía, qué bien vives” o el manido: “qué envidia me das”. Y la verdad es que me sientan fatal esos comentarios por lo de superficial que llevan pegado a la idea/prejuicio que se tiene del otro. (De la otra, en este caso, que soy yo misma).

Que me largaron del trabajo a los 55 años después de estar fichando desde los 21, ya lo he contado. Que conseguí una buena indemnización de acuerdo a la Ley de entonces, también lo he dicho. Que estuve cotizando DE MI BOLSILLO hasta los 63 para poder tener acceso a la pensión de jubilación correspondiente también se lo digo a quien quiera escuchar, ergo para mi vida de supuesto “dolce far niente” he pagado el precio estipulado.

El resto, es de lo más normal. La libertad la he recuperado a golpe de abogados (dos divorcios), mis hijas y yo nos seguimos queriendo y respetando porque es “lo normal” y no las locuras de peleas en que se meten tantas familias por puras riñas de egos.

Que para ser feliz (o vivir en paz) hace falta quererse mucho a una misma y renunciar a la mayoría de “apoyos sociales”, léase: pareja estable, trabajo estable, amistades estables. Porque para sentirse en paz la única “estabilidad” que he encontrado es la del silencio exterior y la escucha interior.

Y entonces, ya a una edad provecta como la mía, puedo alcanzar esa tranquilidad que durante tantos años tuve hipotecada en las fauces hambrientas de una sociedad que me vendía a precio de oro lo que yo no necesitaba.

Todo lo que tengo tiene su precio y lo he pagado. (Y guardo los tiques) Están liquidadas todas las cuentas. No le debo nada a nadie. Ni siquiera a un banco, que ya es decir.
A nadie.

Mi sonrisa es mía, mi melena, mi “conejito viajero” y las fuerzas que me van mermando con el paso de los veranos.

Por cierto, otro verano más, hoy recien ha comenzado.

Felices los felices. Y los valientes, también.

LaAlquimista
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