Ayer, miércoles, decidí ir muy pronto a la playa para dar ese paseo kilométrico con amplia perspectiva del mar y la arena y sin tropezarme con gente de mi condición, es decir, humanos. A veces me dan estos pequeños “ataques” de asocialidad –que me duran poco- y casi siempre son como efecto secundario de alguna situación en la que me he visto agobiada o saturada por mis colegas los humanos.

Así que fui y vine, anduve y desanduve, me cansé, me di un baño intenso para ganarme el café con leche (de 3€, pero mirando al mar) y cuando vi que el sol estaba ya casi llegando a las once de la mañana recogí mis aperos playeros, me monté en el coche aparcado a la sombra y volví a casa, con ganas de una ducha caliente y de preparar unas mongetes verdes con patatas –beber el caldo del cocimiento es uno de mis pequeños placeres desde siempre-.

Una mañana tranquila… hasta que, de repente, me entra un whatsapp de un amigo que dice: “¿Qué tal la cita con el francés del mercadillo?” Casi me da un patatús cuando me imaginé al educado señor esperándome en la terracita del bar con el bocadillo de jamón, solitario y buscando a la señora de la gorra… Imposible desfacer el entuerto, a las doce del mediodía no se acude a una cita que era para las diez de la mañana, sería un desafuero y, sobre todo, ¡a ver quién encuentra sitio para aparcar a esa hora!

Así que pensé que seguramente mi olvido era una especie de aviso de protección que me enviaban mis neuronas –o el Universo- y que, casi con seguridad, él tampoco habría acudido a la cita “peliculera” concertada el miércoles anterior en nuestro encuentro en el glamuroso mercadillo del pueblo.

El resto del día lo pasé así así, ya que soy muy formalita para ciertas cosas y me remordía un poco la conciencia, pero qué le vamos a hacer, será que tengo que prestar atención a mis despistes y hacer autocrítica de mis olvidos…y enmendarlos.

O empezar a usar la aplicación esa del móvil para apuntar cosas y que suenen las alarmas en su momento. O como decía una profesora mía de literatura: “Más vale un lápiz pequeño que una memoria grande”.

Yo sigo feliz como una lombriz a pesar de que –igual- he dejado escapar al enésimo “hombre de mi vida”…

LaAlquinista
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