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Cecilia Casado

A partir de los 50

Intentando leer, que es gerundio

Ahora que vuelvo a estar sola, pero sola sola, me adueño del tiempo de lectura en el momento que me apetece. Voy siguiendo la huella del sol: por las mañanas, protegida bajo el toldo, por la tarde pisando la hierba del jardín alrededor de la piscina. No hay nadie, pero nadie nadie. (estas redundancias son muy importantes para mí) En esta pequeña comunidad, los vecinos trabajan, así que se van pronto y vuelven tarde. Otros vienen únicamente el fin de semana y son molestos y ruidosos, pero todos tenemos derecho a la vida a nuestra conveniencia ¿no?

Pero como la felicidad completa no existe, -ni habrá nunca paz en el mundo- ayer por la tarde, con mi precioso ensayo de Epícteto entre las manos y soñadora y abducida gracias a la lectura, me vi “asaltada” por un vecino que, sin encomendarse a dios ni al diablo, se llegó hasta mí, me tendió su móvil y me hizo ver las fotos de su nieta mayor realizando no sé qué proeza deportiva.

Me quedé alucinada. No podía entender cómo era posible tal “invasión de mi espacio íntimo” sin ni siquiera un “buenas tardes, qué bien estás aquí a la sombra de los árboles, leyendo tan ricamente”. No. Entró a saco con lo suyo y a pesar de que le alabé la galanura del nieto, hice una loa exprés del deporte en general y de la natación sincronizada en particular y le dije –mirándole a la cara-, “pues ya ves, yo aquí, leyendo tranquilamente”, el ínclito no se retiró hasta que dio por finalizada unilateralmente su “rueda de prensa” particular. (No hubo preguntas)

En un arranque de irritación –del que no me siento especialmente orgullosa- agarré mi silla y mi libro y busqué refugio en la casa, como quien se lanza a la trinchera para protegerse del fuego enemigo. Al cabo de cinco minutos, que son los que tardé en calmarme y prepararme una tila, comprendí que una vez que ha pasado el alud, es difícil que vuelva a haber una réplica enseguida.

Así que volví al jardín comunitario con mi silla, mi libro y un “arma disuasoria” por si acaso.
Al ratito veo que el buen hombre vuelve a salir de su casa enfilando hacia mi persona. Rauda y veloz, como puedo serlo cuando todavía quiero, agarré mi móvil y me puse a parlotear sin sentido y sin interlocutor válido al otro lado. Según se acercaba el vecino le hice el gesto universal de: “lo siento, estoy hablando” y él reculó amablemente y me hizo el gesto universal de: “luego te cuento”.

Si es que no aprendo. Esta tarde lo tengo claro: me voy a leer al bar de enfrente que está lleno de gente y es mucho más tranquilo porque nadie se mete conmigo.

Felices los felices, malgré tout.

LaAlquimista

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Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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