Vergüenza ajena | A partir de los 50 >

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Cecilia Casado

A partir de los 50

Vergüenza ajena

 Desgraciadamente es éste un concepto con el que hemos crecido las gentes de mi generación y que ha caído en desuso por lo que puedo constatar en estos últimos tiempos simplemente escuchando el discurso de quienes se sienten agraviados por los errores que ellos mismos han cometido y de los que achacan al prójimo en un manifiesto ejercicio de falta de vergüenza. Lo que provoca en un observador impasible –que no imposible- ese rubor y malestar típico de los ataques del mal del que hablo.

Vergüenza ajena me provoca tanto el saber que un trabajador se lleva a casa un rollo de cable del almacén de su empresa como el que cualquier monarca se vaya de excursión cinegética mientras su corte no le hace un corte y sus vasallos empiezan a rebuscar en la basura para comer. La vergüenza ajena me ataca, tanto el ver cómo una señora bien vestida falsea el precio del tomate que compra en el colmado de la esquina como enterarme de que quien tiene en sus manos riqueza para compartir la deriva a su propio bolsillo. Vergüenza ajena también me aporta quien me juzga por mis debilidades y esconde las propias bajo el aura de una espiritualidad de manual.

Este país ya me está llenando de vergüenza. Ya hace demasiado tiempo que no voy enarbolando orgullosa mi enseña de pertenecer a él cuando fuera de sus fronteras estoy. Ahora, si acaso y con la boca pequeña, digo que no tengo la culpa de haber nacido en este rincón de la geografía mundial o me encojo de hombros y comento que peor podría haber sido todavía…

Vergüenza ajena de la moral que se empeñan en obligarme a sustentar como si siendo todos ladrones dignificáramos el concepto de robar, como si refrendando con la Ley que la justicia es indigna para unos y digna para unos pocos hiciéramos tabla rasa con la ética y la desvergüenza.

Aunque muchos todavía se atreven a decir claramente lo que piensan a pesar de que el santo oficio -que extiende sus alas negras sobre el cuarto poder- ha desempolvado sus máquinas de callar palabras y emborronar conceptos que no sirvan de alimento a sus intereses. Y eso también me hace sentir vergüenza, pero ya no “ajena” sino sintiendo como propia la responsabilidad de manifestarme a favor de la decencia y la honestidad en contra de quienes hacen gala de pasar por esta vida sin más preocupación aparente que la de su propio hedonismo y enriquecimiento material.

Vergüenza ajena me da, para qué engañarnos.

En fin.

LaAlquimista

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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