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Cecilia Casado

A partir de los 50

Cómo disfrutar de “el marco incomparable” (Turista en su tierra)

 

La imaginación nos parece a veces que ya no da más de sí cuando de descubrir nuevas formas de disfrutar se trata. Y con la que está cayendo es el más difícil todavía. Pero como queríamos celebrar un cumpleaños nos estrujamos (un poco) el magín para hallar la forma.

Una comida era obligada –las cosas como son- y como el tiempo acompañaba siendo el primer día de sol y luz espléndida después de nieblas, brumas, lluvias y hasta granizos, el espíritu demandaba estar al aire libre. La naturaleza sigue estando ahí, pero un picnic en el monte quedaba a desmano, así que decidimos disfrazar nuestras almas de turistas. Sí, de turistas, como suena. A fin de cuentas, viviendo en una ciudad eminentemente turística parecía hasta un poco lógico y todo.

 Nos pusimos guapas –como siempre, vamos- y salimos a la calle (y a la vida) con una sonrisa especial, es decir, más grande si cabe que cualquier otro día y, como si en una gran capital estuviéramos, nos subimos al Bus Turístico para contemplar nuestra ciudad desde “las alturas”. Cámara de fotos en ristre, “descubrimos” esos monumentos, esos lugares, en los que invertimos los pasos cotidianos sin detener la mirada, para contemplarlos con otros ojos escondidos. A nuestro lado, la sonrisa emocionada y los ojos extasiados de los turistas “de verdad” añadían un plus a la observación.

 ¿Hace cuánto que no subíamos a Igueldo en el funicular de toda la vida? La ciudad a nuestros pies, postal en color de matrícula de honor.

Un paseo guiado por la cotidianidad, despertando la atención dormida, viendo lo que tantas veces habíamos tan sólo mirado. El peine de los vientos, que cuando eres turista se llama El Peine del Viento, el “pico del loro” ahora es el Palacio de Miramar y sus jardines permiten hollar la hierba –cosa impensable el siglo pasado, que había guardia y todo que pitaba si la pisabas… Bajar a la playa con la marea baja, descalzarse y meter los pies en el agua helada, con los zapatos en la mano y los pantalones como si fuéramos a pescar quisquillas, (como los turistas) sintiendo el aire impregnado de salitre estrellarse contra la piel abierta y el alma receptiva.

 

 El viejo carroussel –el tiovivo de siempre- con su murga incansable, listo para la foto con la barandilla “trade mark” y pedirle a un autóctono que, por favor, nos saque una foto, sí con la isla al fondo, sí, otra más por si acaso, que se nos vea sonrientes… Y seguir deambulando hacia el puerto de toda la vida, donde el eco de los chavales que se bañaban frente a la casa Pantxica, “!perrilla al agua caballero!” se confunde con el motor del nuevo yate  Ciudad de San Sebastián al que nunca, jamás, pero nunca-nunca nos quisieron montar de pequeñas porque “eso es para los turistas”.

 El olor de las sardinas asadas escondido detrás de las pequeñas humaredas de antaño está en la memoria; ya la realidad hace que las asen con pocos humos y rizamos el rizo sentándonos a comer en una mesa mirando al muelle, a los barcos, al mar, al marco incomparable.

El bautismo de fuego del turista que se precie. Una sopa de pescado, unas sardinas asadas, regado con sidra y con arroz con leche casero en una de esas mesas de tijera de madera con manteles de cuadros –antes eran de papel- y mirando pasar a la gente que te mira con envidia, eso es innegable, “mira esas dos, qué cara de felicidad tienen, comiendo sardinas con las manos…”

 

 Y para que el momento sea completo, deben pasar por delante algunos conocidos que te vean y se sorprendan y se paren y digan: “!Pero bueno!!Qué bien vivís ahí haciendo de turistas! Y tú les dices que sí, que efectivamente, que estamos celebrando un cumpleaños, sin tarta ni velas ni zorionakzuri, pero celebrando al fin y al cabo. Las humildes sardinas dan el contrapunto deseado; si hubieran sido cigalas nos habría dado vergüenza, la verdad (y a la cartera, más).

 

 

 

 El café se toma en la terraza del Aquarium, en pleno Paseo Nuevo, es el emplazamiento estrella para tomarse un respiro, el aperitivo o la cerveza de media tarde. A esa terraza deberían darle varias estrellas michelin… y después, noblesse oblige, se impone bajar el arroz con leche recorriendo el paseo en dirección al Kursaal, en silencio a ser posible, guiñando los ojos al azul del mar, a la magnificencia del cielo, al calorcito de la tarde.

 El resto de la digestión necesita un lugar al sol, con un digestif delante y qué mejor que cualquier terraza del “bule” –Boulevard para los turistas- o al amparo de “la consti”, en tendido sol, donde la conversación y los gintonics dan de sí hasta las siete de la tarde…

 Un día diferente, qué duda cabe. Sin iglesias ni museos, sin escaparates ni exposiciones, sin edificios ni explicaciones, tan sólo la ciudad sencilla, pura y desnuda; y las ganas de disfrutar de la vida. Quería compartirlo.

 En fin.

 LaAlquimista

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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