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Cecilia Casado

A partir de los 50

REFLEXIONES A LA ORILLA DEL MAR (II) “Tengo que saber quién soy”

REFLEXIONES A LA ORILLA DEL MAR.- (II)

“Tengo que saber quién soy”.-

Parece una “boutade” plantearme esta cuestión a mi provecta edad, pero para mí es importantísimo porque me he pasado toda la vida siendo aquella persona que los demás esperaban que fuera. Primero por mis padres, a quienes nunca contenté con mi manera de ver la vida, tan diferente a la que pretendían inculcarme. ¿Rebeldía? ¡O sentido común! El caso es que me lancé –o me lanzaron- a la vida a la inmadura edad de veintidós años “invitándome” a que abandonara el hogar familiar, así que mi “puesta de largo” vital fue a trompicones, huyendo con la mochila cargada de piedras y buscando algo firme en qué apoyarme.

La viga maestra que sostuvo mi precariedad emocional fue el trabajo; de hecho, un buen trabajo que hasta la crisis del 2008 llenó mi despensa de garbanzos y algún que otro lenguado.

Pero también había personas en mi vida: las fui buscando con más amargura que ilusión, y como no podía ser de otra manera, me sentí atraída por quienes adolecían de las mismas penas que yo: ausencia de calor familiar, sensación de desarraigo y rabia hacia casi todo lo que se movía.

Me casé para contentar a la familia con el hombre que –ambos lo sabíamos- condenaríamos al fracaso nuestra unión. Él y yo huíamos…pero en diferente dirección. No supimos, no pudimos, a pesar de que lo intentamos. Pero nos reprodujimos creyendo –como tantas otras parejas- que un hijo salvaría la relación.

Con treinta años me replanteé la vida, di un parón fuerte –llamado divorcio- y extendí ante mí el mapa buscando las carreteras secundarias que me llevaran a esa “ninguna parte” donde he vivido los últimos lustros.

Fue la época más “consciente” de mi vida, gracias a que apareció en mi vida –en forma de vecina- una persona extraordinaria, maestra de yoga, mujer generosa que me tendió la mano para apoyarme en ella cada vez que sentía que me iba directa para el suelo. Su nombre: María Teresa Guinda. Siempre en mi corazón agradecido.

Ella me enseñó que “vale más tener paz que tener razón”, que la vida no iba a ser como yo la había diseñado a mi conveniencia, que me esperaban grandes desilusiones, así que, ojo y cuidadito con los deseos que albergaban mi mente y soñaban mi corazón.

De aquellos tiempos convulsos –años 80/90- a este temible 2025, no he hecho otra cosa que caminar como el borracho que sabe disimular y hacer creer al mundo que “está bien”. Disimulo, muchísimo disimulo, ante la familia –por orgullo y dignidad, que tan fácil es confundirlos-, y trabajo denodado para sacar adelante a mi pequeña tribu ya compuesta por dos hijas y dos Libros de Familia que pronto demostraron no servir para nada. Como buen ejemplo del peor ejemplo, formo parte de esas personas que “tropiezan dos veces con la misma piedra” y, para colmo, se sienten orgullosas de ello. (Qué malo es el ego, por dios). En el transcurso de diez años, volví a buscar apoyo en el hombro equivocado –otro marido inseguro ante la vida y con más problemas que yo misma- con quien me volví a reproducir. Dos, de dos. Dos hijas de dos hombres diferentes. Dos divorcios distintos y un solo dios verdadero: la “diosa” que las iba a sacar adelante.

Ahora que ya no lucho, porque me he dado cuenta de que ya no tengo que luchar, es cuando me abruma la necesidad de “saber quién soy”.

Aquí y ahora. Con los pocos mimbres que me quedan.

Sin más amor que el incondicional de mis hijas, porque el “secreto” es que ellas me quieren “malgré tout”. Incluso a pesar de mí misma.

Todo esto pensaba de buena mañana, ya en “mi otro mar”, paseando por la solitaria playa que me resulta tan beneficiosa como un claustro benedictino para meditar. Después de una “noche toledana” intentando borrar de mi mente el susto morrocotudo que me llevé en la autopista por culpa del camión despistado que casi me corta las alas…

Le pedí a una mujer solitaria que me tomara una fotografía saludando al mar y a la vida: es una costumbre que tengo y ella, muy amablemente, me hizo posar quizás creyendo que era para tikotok o algo así. Y me sonrió. Me preguntó que de dónde era, y me contó que ella se había “escapado” unos días de su entorno para venir a descansar…y pensar.

Nunca he creído en las casualidades, más bien pienso que puedan ser “causalidades”.

Somos vecinas de la misma urbanización y buscamos lo mismo en la vida. Así que hemos quedado para tomarnos una cerveza a las siete en el bar más cercano a nuestros respectivos apartamentos.

A veces, para saber quién uno es, hay que escuchar al prójimo y buscar espejos.

Felices los felices.

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Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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