El amor es como ese pájaro del cuento de la niña pobre que se cuela por la ventana una noche de finales de invierno; despistado e indiferente, rozan sus alas de refilón el cristal, reclama atención con su galante aleteo y enjuga esa lágrima depositada en el alfeizar con la primera sonrisa, la que nos condena.
A la mañana siguiente, sigue estando ahí, en el huequecillo calentito que hay entre la cortina y la pared, descansando, sin pedir nada aparentemente, tan sólo entona un dulce piar. Y nos conmueve la emoción de lo dulce y lo sencillo y ya estamos perdidos.
Ese pájaro llamado amor hará su nido de pasión en nuestra vida, al batir sus alas moverá el aire frío a nuestro alrededor convirtiéndolo en bruma tórrida, aventando cualquier grisura anterior, abrirá la puerta blindada de nuestros ensueños a un nuevo mundo luminoso , cual héroe legendario, y convertirá en radiantes las hasta entonces plomizas madrugadas. Haremos de él el símil de todos los símiles: eclosión natural, milagro eterno, prodigio sublime, presente divino, magia borrás.
Se contentará al principio con el mimo dulce y cotidiano como alimento, pero con sus gorjeos pedirá más y más para saciar su hambre vieja, de otro tiempo, de otra vida, y esa exigencia será aceptada, cadenas dulces de dulce esclavitud, libertad entregada con las manos abiertas, el corazón abierto, el alma abierta, todo será poco hasta que estampe su pico voraz contra los cristales.
Y el pájaro amoroso tomará su regalo como una urraca y seguirá su vuelo, emigrante eterno del aire y ojalá no estemos presentes en el momento en que despliegue sus alas y, como vino, sin anunciarse, se vaya volando por la ventana abierta, abandonando a la niña pobre del cuento, para cantar en otro hueco, para piar en otras sábanas.
Cuando el amor se va que quede la ventana abierta…! ¡Hay tantos pájaros en el cielo…¡
En fin.
LaAlquimista
Foto: Amanda Arruti