Las grandes revelaciones no ocurren de repente ni sobrevienen inspiraciones divinas en forma de llamas de fuego que iluminen la parte en sombra de la mente; se labran durante años los surcos necesarios para recibir la simiente, se espera el riego, el sol, el fruto. Y, a veces, germina –la revelación- y otras –la mayoría- se queda la tierra baldía, yerma, como tantas vidas.
En eso pienso ahora, tranquila en la mañana de un día especial, sin sobresaltos, que me acoge mucho más como regalo que como rutina. Estoy en casa, tranquila, cuidando a la perrita Gaia, con la agenda justita de citas, compromisos o cosas que había decidido que “tenía que hacer”; poca gente con quien estar, menos libros que leer, algunas reflexiones para volcar en palabras… pero reducidos los planes, los proyectos y, sobre todo, las expectativas. Sé que necesito otro parón ý sentarme tranquila con la taza de té humeante junto a la ventana y mirar pasar las nubes, las horas incluso, en una no-actividad de vivir y sentir el momento presente, sin otra necesidad, aparte de que se alejen de una vez ciertos dolores, algunas molestias. Estoy cansada, el verano me ha dejado exhausta.
Dejar la vida pasar observándola cómo se comporta; mirando y viendo, oyendo y escuchando, sintiendo y padeciendo, todo junto en el mismo círculo pero separado por las emociones. Quizás algo de tristeza por lo que se perdió –porque siempre se pierde alguna apuesta-, pero sin darle demasiada importancia.
Dejar la vida pasar sin empeñarme en conseguir cosas. ¿Qué importancia tendrá a fin de cuentas que esté todo ordenado y en su sitio si no somos más que juguetes del azar? ¿Para qué luchar y sufrir queriendo conseguir caricias que no están hechas para nosotros? Ni el dinero ni el amor hacen una vida plenamente satisfactoria ya que siempre nos empeñaremos en buscarle tres pies al gato para tener algo de lo que quejarnos; nosotros mismos nos ponemos palos en las ruedas, seamos sinceros.
Que la vida pase a nuestro lado sin arrastrarnos en ninguna avalancha; que nos sea dado el privilegio de ser espectadores reflexivos y, cuando llegue el momento, seres humanos activos y, entonces sí, hacer lo que tengamos que hacer volcándonos en ello con la conciencia del trabajo hecho lo mejor posible.
Decir adiós sin pena a quienes ya hace tiempo se alejaron, desprenderse de los últimos rencores que daban vueltas por ahí y dejar que las vidas, todas, la propia y las ajenas, sigan su caminar sin que la ruta elegida nos haga daño alguno.
Que todos puedan ser felices a su manera. Y yo, a la mía. Es mi propósito de hoy, poco más deseo.
Felices los felices.
LaAlquimista
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