Hay días en que, de verdad, más valdría no levantarse de la cama. No porque se tema que vaya a pasar algo inesperadamente negativo, sino porque una se huele que, precisamente, no va a pasar nada. Esos días en que abres el ojo y el primer pensamiento que te viene a la mente es: “¿Y qué pinto yo aquí?” Siendo el “aquí”, la vida, el mundo, el sitio concreto en el que estamos censados y pagamos los impuestos.

 Esos días en que te daría lo mismo seguir durmiendo hasta que el calendario cambiara de fecha porque, total, no hay ni un atisbo de ilusión que te mueva a sacar los pies fuera de la cama, ni tampoco una obligación que no quede más remedio que atender. Ni citas con el médico, ni compromisos sociales, ni ganas de preparar una comidita rica… tan sólo los ojitos de Elur mirando como queriendo decir, “eh, que yo sigo estando aquí”.

 Pues eso, imaginemos un día –soleado, veraniego- en el que la única motivación aparente para salir a la calle sea la de pasear al perro. Porque hay días así, quién no tiene alguna vez uno, en que el silencio pesa en vez de poner alas al espíritu, días en que el café con leche sabe a rayos y la ducha matutina no nos limpia de penas. Esos días en los que no vamos a regalar(nos) ni una sonrisa frente al espejo y como castigo nos tropezaremos con la esquina de la mesa o nos clavaremos el cuchillo al pelar una manzana.

 Exudando energía negativa haremos que esta rebote contra las paredes, contra las personas y nos sea devuelta como una lluvia ácida que no se puede evitar. Entrará por los ojos el malestar –que ya estaba dentro de nosotros- se nos secará la piel aunque nos demos crema y elegiremos mal la ropa del armario para vestirnos. Esos días en que “todo sale mal” y que tan sólo empezaron con un ni fu ni fa.

 Esos días son los que hay que trabajar por encima de todo. Esos días en que nos da lo mismo arre que so es cuando se nos ofrece la oportunidad de oro para superarnos a nosotros mismos y dar un salto cualitativo hacia nuestra pequeña y lenta evolución interior. Se crece desde el lado oscuro, se avanza levantándose del suelo, se obtienen logros cuando se parte desde cero –o desde poco.

 Cuando ocurre que me siento anímicamente de esa manera deslavazada, sin fundamento ni gracia alguna, lo primero que hago es decirme a mí misma: “También esto pasará y mientras tanto hay que vivirlo”. Y me levanto de la cama dispuesta a “luchar” con mi mala sombra desde la aceptación, como si me hubiera constipado durante la noche y no pudiera hacer otra cosa que abrigarme y sonarme la nariz.

Cuando ocurre que tengo un día tonto, pienso que no todos mis días pueden estar cargados de sorpresas, buenos planes y alegrías varias, que es LÓGICO tener horas bajas aunque no haya ningún motivo objetivo aparente para propiciarlas y, quizás porque lo paso por el filtro de la razón, puedo aceptar más fácilmente ese “bajón emocional”.

 Sigo mi vida como si tal cosa y , más o menos al cabo de unas horas, me doy cuenta de que ya ni me acuerdo de lo apática que estaba al despertarme. Y si sigue la tontería…,la dejo estar al grito de “también esto pasará”.

 En fin.

 LaAlquimista

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