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Cecilia Casado

A partir de los 50

El precio de las cabezonerías

¿Quién no conoce a una persona cabezota y testaruda, de esas que lo tienen clarísimo y que nunca cambian de opinión porque ya saben  cómo tienen que hacer las cosas… aunque les salgan mal una y otra vez?

 Me reía yo sola ayer por la tarde recordando cuáles han sido las mayores cabezonerías que he tenido que padecer en la vida por estar junto a personas que son de piñón fijo y que no dejan resquicio a opiniones ajenas en su modus operandi. Como aquella a la que siempre se le cortaba la mahonesa porque se empeñaba en ponerle mucho vinagre –según la receta infalible de su madre- y luego echaba la culpa a que los huevos estaban fríos, el aceite demasiado espeso o el vinagre era de mala calidad. Para acabar abriendo un bote de “Musa” –que bastante más rica era que lo que alguna vez salió de aquella receta nauseabunda.

 Tirando del hilo de la memoria llama a la puerta mi padre y su manía de no querer llamar nunca a ningún gremio “porque él ya sabía arreglar las cosas” y ¡hay que ver los desaguisados que pudo organizar en casa! Y mira tú por dónde, como no podía ser de otra manera,  fui a buscar marido cortado del mismo patrón –de manual, vamos- de esos “manitas” que se empeñan en que el tabique tiene que caer a martillazos aunque luego las grietas queden como testimonio de su error.

 Toda mi vida he estado rodeada de personas cabezotas, qué cosa más curiosa, yo, que no me empeño en casi nada y que me da lo mismo darle la razón al vecino o llevármela a casa… Aunque no siempre fui así, por supuesto que no. Hubo un tiempo en que yo también estaba firmemente asentada sobre mis principios, ideas y maneras de hacer las cosas y más parecía que estaba pegada con cola de contacto a la vida de tanta rigidez como hacía gala.

 Porque me obligaron a aprender que “las cosas se hacen así y no de otra manera” y DESAPRENDER esa nefanda lección me ha costado no pocas lágrimas y más que muchos disgustos.

 El precio de las cabezonadas cada uno sabe en su fuero interno cuál ha sido el que ha tenido que pagar cada vez que ha cometido el error de emperrarse en lo que no podía ser… Como si fuéramos dioses o héroes capaces de conseguir TODO lo que nos empeñemos, como si fueran verdades auténticas lo que muchas veces fue falacia, aquello que nos contaron de que “el que la sigue la consigue” o “la fe mueve montañas” y nos abandonaron a nuestra suerte, con las ideas supuestamente claras y todo el campo por delante para labrarlo con pocas y malas herramientas.

 Empecinarse en que las cosas sean de la manera que uno quiere no es más que una manía de cabezotas que no quieren aprender la lección. Empeñarse en conseguir lo que no está al alcance de la mano por pura cabezonería –o como tanta gente dice “por mis c…….s”- no es más que un signo como otro cualquiera de cómo puede dominar la parte poco adiestrada del cerebro. 

Hablar del precio que ha habido que pagar por esa actitud poco inteligente es algo de lo que poca gente quiere hablar porque hace falta algo más que cuarto y mitad de humildad para aceptarlo. Mejor que cada cual rumie en silencio cuál ha sido el suyo…

 En fin.

 LaAlquimista

 Por si alguien desea contactar:

Laalquimista99@hotmail.com

 

 

 

Temas

Filosofía de Vida y Reflexiones. Lo que muchos pensamos dicho en voz alta

Sobre el autor

Hay vida después de los 50, doy fe. Incluso hay VIDA con mayúsculas. Aún queda tiempo para desaprender viejas lecciones y aprender otras nuevas; cambiar de piel o reinventarse, dejarse consumir y RENACER. Que cada cual elija su opción. Hablar de los problemas cotidianos sin tabú alguno es la enseña de este blog; con la colaboración de todos seguiremos creciendo.


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